[...]
la universidad ya no es más un lugar tranquilo para
enseñar,
realizar trabajo académico a un ritmo pausado y contemplar el universo
como ocurría en siglos pasados. Ahora es un potente negocio,
complejo, demandante y competitivo que requiere inversiones continuas
y de gran escala.
Malcolm
Skilbeck
El
estudiante no se
da cuenta de que la historia altera su irrisorio mundo "cerrado".
La famosa "crisis
de la Universidad" parte de una crisis más general del
capitalismo moderno; sigue siendo el objeto de un diálogo de
sordos
entre diferentes especialistas. Dicha crisis traduce simplemente las
dificultades de un ajuste tardío de este sector especial de la
producción a una transformación de conjunto del aparato
productivo.
(…).
Las
diversas facultades y escuelas, todavía adornadas de ilusiones
anacrónicas, son transformadas de dispensadores de la "cultura
general" a la medida de las clases dirigentes en fábricas de
enseñanza rápida de cuadros inferiores y de cuadros
medios. (…).
Rebelándose
contra sus estudios, los estudiantes americanos han puesto en
cuestión, inmediatamente, una sociedad que tiene necesidad de
tales
estudios. Del mismo modo que su rebelión (en Berkeley y otros
sitios) contra la jerarquía universitaria se ha afirmado como rebelión contra todo el
sistema social
basado en la jerarquía y la dictadura de la economía y el
Estado. Rechazando integrarse
a las empresas, a las que de forma
natural los destinan sus estudios especializados, ponen en
cuestión
profundamente un sistema de producción donde todas las
actividades y
sus productos escapan totalmente a sus autores. De este modo, a
través de intentos y una confusión todavía muy
importante, la
juventud americana inconformista busca en la "sociedad de la
abundancia", una alternativa revolucionaria coherente.
Sobre
la miseria de la vida estudiantil,
Internacional Situacionista.
Lo
cierto es que las que redactamos este artículo no nos hemos
informado ampliamente de lo que es el proceso de Boloña, de
hecho,
no nos hace falta, ni tan siquiera nos hizo falta para aproximarnos a
las luchas que se estaban dando en las distintas universidades del
estado. La intuición resultó ser un acierto, una
evidencia. Mirando
artículos de prensa o de algunas profesoras, así como con
una
pasada rápida de algunos párrafos de no se cual informe,
nos hizo
ver que la cosa era la de siempre.
Lo
que nos interesa es reflexionar sobre lo sucedido en la lucha contra boloña.
No como teóricas que opinan desde fuera sino como parte activa,
como personas que a pesar de no ser todas estudiantes hemos
considerado nuestra la lucha. No para hacer crítica destructiva
ni
para sentar cátedra de nada, sino para pensar que cuando se
generan
movimientos masivos, caemos en las mismas pautas, los mismos
clichés,
los mismos errores, sobretodo condicionadas por la necesidad de
obtener legitimidad democrática (voluntad de diálogo,
reconocimiento de los mass media, oposición como adversarias
políticas, etc.). Queremos pues señalar estos aspectos
que se han
dado en esta lucha porque pensamos que así puede que entremos en
un
debate colectivo que nos acompañe en las distintas luchas que se
abran, con el fin de fortalecerlas en sus posiciones anticapitalistas
y contra las jerarquías. Dejamos claro, así, que con este
texto no
nos estamos dirigiendo a cualquiera sino a aquellas personas que
tienen una sensibilidad anticapitalista y que ven en la lucha
concreta, estudiantil o no, una aspiración que la sobrepasa.
-
Boloña
se aplica a su ritmo.
Algunas
de nosotras ya estuvimos implicadas de distinto modo y en diferente
grado en la lucha contra el plan boloña
(cuando era más conocido como L.O.U.), el informe Bricall o el
enésimo intento de doblegar aun más alguna esfera de la
sociedad
bajo los presupuestos de la mercancía. Por lo tanto, tenemos
unos 10
años de experiencia más o menos lejana alrededor de la
lucha
estudiantil, a veces implicándonos de cerca y otras como
observadoras.
Ya
hacia finales de los noventa, cuando se daba a conocer entre nosotras
el informe Bricall y la Ley Orgánica de Universidades, cuando se
hablaba, como si se tratara de una película de ciencia
ficción, de
“La sociedad del conocimiento” de Peter Drucker o de la
idea
posmoderna de sociedad de la información, - nociones que para
nosotras significaban que la acumulación y avance
tecnológico y
científico dota al saber de una mayor importancia dentro los
ejes
que vertebran el capitalismo,
que el monopolio y la instrumentalización del “saber se
constituye
como principal fuerza del poder, como instrumento de control del
medio y de las relaciones entre individuos o grupos dentro del
sistema”-,
ya nos agitábamos inquietas por algunas facultades.
Sabíamos que la nueva ley que volaba sobre nuestras cabezas
quería,
tal como se está intentando ahora de nuevo, reinsertar y adaptar
el
sistema de educación superior a las necesidades del capitalismo
para
hacerlo más rentable y productivo. Entonces existió una
fuerte
oposición, como sin duda ya había existido a lo largo de
los
ochenta o inicios de los noventa, contra los distintos intentos
privatizadores. La cuestión es que detrás de las huelgas,
las
manifestaciones, los cortes de carreteras y las ocupaciones,
detrás
de esa lucha se consiguió a través de un
referéndum que hubiese
una oposición masiva, escrita, hacia la nueva ley. Bajo un
gobierno pepero que
tenía a la opusdeísta incapaz de la Aguirre en cultura y
con un
profesorado siempre inclinado hacia el socialismo (del PSOE, claro) o
la progresía amable, todo resultó mucho más
fácil. La
desobediencia a la ley fue respaldada prácticamente por todos
los
sectores universitarios hasta parar la implantación en su
estructura
orgánica o formal, aunque distintos aspectos que ya avanzaba la
LOU
se han ido introduciendo a lo largo de estos diez años.
No
nos extraña, pues, que ahora lo intenten de nuevo, no nos
extraña
que vuelvan a la carga con un nuevo nombre mediático, con unos
nuevos acuerdos, con una fortísima propaganda para que la
reforma
universitaria se haga efectiva.
A pesar de las diferentes causas que se han debatido alrededor de la
crisis de la universidad, para las
empresarias y las bien pensantes del rendimiento económico, el
verdadero problema es que aún conserva demasiadas cosas de la
antigua educación liberal burguesa, de la educación
destinada a la
transmisión de “conocimiento” y de
“cultura” general.
La
universidad es una institución caduca desde hace 50 años,
no porque
no sea eficiente en la instrucción, en la elaboración de
conocimiento o porque tenga la osadía de transmitir valores y
pensamientos críticos, sino porque sencillamente no está
totalmente
doblegada a la eficiencia y a la producción, baluartes eternos e
inmutables del capitalismo. Y
su reforma definitiva será a costa de no ser un lastre
económico
para esta sociedad, y mientras vivamos en capitalismo la reforma se
intentará llevar a cabo hasta conseguirla, para que la
universidad
sea definitivamente productiva. Este
es uno de los puntos primordiales para entender que ninguna
oposición
parcial, únicamente estudiantil, podrá parar el devenir
de estos
tiempos, la reforma universitaria, aunque a destiempo, no es otra
cosa que la reforma de la sociedad al ritmo de los avances del
capitalismo.
Y
ahora volvamos donde estábamos al principio, pues:
¿qué ha quedado
del “no a la LOU”?, ¿qué ha quedado de una
lucha esencialmente
similar? Bien poca cosa.
Y aquí radica uno de los problemas irresolubles de la lucha
estudiantil: la temporalidad de sus protagonistas no da lugar a la
transmisión de experiencias y a la acumulación de
conocimiento. ¿No
recordamos que el PSOE, en su momento en la oposición, se
declaró
contrario a la implantación de la LOU? Tan sólo esta
amnesia
incesante que sufrimos puede no acabar definitivamente con las
esperanzas en las urnas o la democracia.
Es
evidente que las que se echaron atrás
en la implantación de la LOU no
lo
hicieron resignándose a la derrota, obviamente, sino que han
esperado momentos mejores y..., ¿qué mejor momento que
bajo un
gobierno permisivo con los matrimonios gays o más decidido en el
laicismo de la escuela? La punta de lanza de las reformas y leyes
liberalizadoras desde hace 30 años siempre ha sido la
socialdemocracia. La oposición a determinados planes
capitalistas no
puede existir en tanto que política formal ya que el combate se
libra entre los límites y las exigencias que impone el propio
sistema económico. Cualquiera con un poco de memoria le
quedará
claro que no se trata de un gobierno de uno u otro signo, de un
rector más o menos enrollado o de un profesorado y estudiantado
más
o menos conservador; es la lógica implacable de estos tiempos.
¿Qué
más da quién haya de Ministro de Educación o de
Consejero de
Universidad? Tanto Ernest Maragall, como el lamentable idiota
consejero Huguet son unos burócratas que sólo hacen bien
su
trabajo. Tal como lo intentaría hacer el tecnócrata del
partido que
sea.
Y
entonces, ¿qué sentido tienen las actuales demandas de
diálogo
social o de debate público?
-
Consignas realistas y discursos útiles o la
imposibilidad de la ruptura.
El
gran caballo de batalla
que han
utilizado las portavoces estudiantiles, bajo el innegable chantaje
que imponía el teatro de la prensa, ha sido el de dejar claro
que
había una voluntad y una disposición total al
diálogo: que todas
queremos conseguir una universidad mejor y que de lo que es trata es
de mejorar la financiación, incrementar la docencia y criticar
los
intentos privatizadores.
Las
más interesadas en el supuesto diálogo o debate son las
gobernantes
y las empresarias que entre conversación y conversación
con algunas
autoerigidas representantes estudiantiles, aplicarán boloña
y lo que sea, recortando, si hace falta, alguna parte ridícula
para
acabar de descojonarse de risa de las antiboloña.
Dadas las actuales diferencias económicas y sociales el
diálogo es
imposible.
El
diálogo, la discusión libre tan solo se puede llevar a
cabo entre
iguales, sino fuese así habría entre las posibles
interlocutoras
unas diferencias de poder efectivo tan abismales que sería poca
cosa
más que un monólogo. Si una de las interlocutoras no tan
sólo está
llevando a cabo la acción de la cual pretende hablar, sino que
tiene
en sus manos el poder de ejecución, una fuerza de
coacción
incomparable y su decisión descansa sobre el poder militar y
policial, mientras que de la otra parte se tiene poca cosa más
que
su voluntad, llamar a esto diálogo es digno de un chiste de
Eugenio.
Y
el debate, ¿cómo se piensa hacer?,
¿presentándose, de nuevo en
algún programa como el del reptil viscoso del Cuní entre
detractoras y defensoras? Y todo este teatro, todo este desgaste,
¿para que las aburridísimas espectadoras y las
demócratas de pro
continúen desde el sofá de su casa teniendo su
opinión a cambio de
no llevarla nunca a la práctica?
Los
medios de comunicación nos dicen que los
altos estamentos
de la comunidad universitaria, las políticas de turno y toda una
cohorte de chupaculos al servicio del dinero han abierto una vía
de
diálogo y que las violentas minoritarias la rechazan. Analicemos
de
cerca que significa este “diálogo” desde el inicio.
Un conjunto
técnico de expertas y especialistas elaboran unos informes para
poder adaptar el ámbito académico al mundo de hoy, al
mundo de la
flexibilidad y las exigencias del mercado. Es decir, poner el
conocimiento y la docencia al servicio de la producción (lejanos
quedan los días donde para las socialistas la educación
era
primordial para superar les diferencias socioeconómicas de la
sociedad de clases), coincidiendo obviamente con los intereses de la
Mesa Redonda de los Empresarios Europeos.
Esta regulación la aprueban las políticas en el
ámbito europeo y
la respaldan las rectoras europeas de la Asociación de la
Universidad de Europa (EUA). Seguidamente se inicia el proceso de
implantación del EEES; la gente que se informa lo rechaza, se
organiza y protesta; se hacen referéndums y los resultados son
mayoritariamente de rechazo a boloña;
las encuestas rebelan que un 27% de las personas del estado no
aprueban el plan, el doble de las que se posicionan a favor. Y la
respuesta de las autoridades es de acusar de antidemócrata a
todo
dios. Y es que las cosas se tienen que hacer bien: sin ruido ni
follón. Quien chilla es porque no tiene razón…
¿O será que no
tiene los medios?
Para
el orden establecido no es posible la discusión en cualquier
término
que ponga en cuestión su poder, este es su diálogo y por
eso lo
invocan a cada momento, para poder en realidad, imponer boloña.
Ya lo dijo algún siniestro personaje: “no hay marcha
atrás, Boloña se
aplicará pase lo que pase”. Mientras, en los medios de
comunicación nos decían que el diálogo estaba
abierto, no decían
tan alto que ya había disciplinas que habían incorporado boloña
y que tenían perfectamente previsto instalar boloña
paulatinamente en los próximos tres años. El
diálogo es una
trampa, una medida de desgaste, de legitimación para poder
hacer,
mientras tanto, lo que siempre han hecho: imponer su voluntad.
De
todas formas, ya lo hemos dicho, nos gustaría saber quién
dialogaría i en nombre de quien.
Dada
una situación de tan innegable desigualdad y donde la
correlación
de fuerzas tan sólo podría equipararse (en el juego
mediático
espectacular) con el plataformismo amplio, con el pacto con
determinados sectores sociales progresistas a costa de capitular
así
las demandas originales y las formas de lucha propias,
¿qué
podríamos hacer? Pues lo que nos queda no es ni el plataformismo
banal del todo cabe, ni resignarse tampoco al repliegue alrededor del
ámbito académico, sino dar un giro en la lucha, en sus
contenidos.
La oposición a boloña
no la hemos de entender desde una óptica estudiantil
únicamente;
aquí está el quid de la cuestión y donde las
patéticas aprendices
de politicastros se les atragantarán las palabras. No se trata,
tal
como han hecho algunas personajes con palestino y pantalones de pana
de dejar claro tras la cámara de TV3 que no quieren antisistemas
o
okupas, que la lucha contra boloña
es una lucha de las y para las estudiantes. Se trata de tener una
visión global, de entender que estas agresiones se llevan a cabo
por
los mismos fundamentos que imponen EREs a diestro y siniestro, que
especulan con los alimentos y con la vivienda, que se trata de una
organización social y política que atraviesa todas las
relaciones
que tenemos en la vida. Tenemos que integrar la crítica a la
totalidad para no caer en el aislamiento, porque reduciéndonos a
nuestros problemas corporativos, laborales, medioambientales,
estudiantiles, etc. es como pretenden reducir lo que podría ser
una
fuerza mucho mayor. Es pues, desde este punto de vista que hace falta
elaborar los discursos, buscar posibles alianzas afines, y hacernos
fuertes en las formas de luchas propias para atacar este orden
social.
En
el Estado francés
esto lo
entendieron bien las estudiantes en su lucha contra la ley
Valérie y
los CPE.
No tan sólo ocuparon las facultades y las calles sino que fueron
directamente a bloquear las vías de trenes de mercancías
y
colaboraron con trabajadoras de fábricas ocupadas.
La oposición a una ley expresada con el rechazo al flujo de
mercancías, a la esencia del sistema económico que
sufrimos. Se
impone decir que aquí también se hicieron cortes de
carreteras y
calles, y se ocuparon los bancos. También hubo un cambio
cualitativo
en el número de actividades que se llevaron a cabo en las
ocupaciones respecto a las que habían hace unos años,
como dar a
conocer distintos conflictos como el de las conductoras de TMB o el
del Plan Caufec. Pero la cuestión, y eso no lo ha sabido hacer
nunca
nadie, es de no tan sólo exponer conflictos o de dar a conocer
los
problemas que se viven, sino de trazar una línea que nos una a
todas
bajo una misma problemática general, la que nos sitúa
como víctimas
de un sistema, una organización social, económica y
política que
no nos deja escoger como queremos vivir, ni como nos gustaría
que
funcionasen las cosas.
Dadas
las actuales circunstancias de alienación, aislamiento y miseria
moral generalizadas, no pensábamos que sólo de esta
lucha, como de
ninguna otra, pudiesen salir formas e ideas que planteasen la
resolución de este grave problema que arrastramos y nos
empantana a
todas: la incapacidad de encontrar la identidad común que nos
agrupe, tal como lo hizo en su día el movimiento obrero, para
crear
discursos que superen las fragmentaciones en las que caen las luchas
y se consiga una conciencia de globalidad. A pesar de eso, lo que se
expresa en esta como en cualquier otra lucha, si que pensamos que se
tiene que utilizar para romper las falsas divisiones e identidades
que nos impone el capitalismo. La estudiante no es esencialmente
diferente a la trabajadora, o a la parada, todas pasamos tarde o
temprano por una de estas formas y las practicamos alternadas o al
mismo tiempo, la formación y la profesión son
denominadores comunes
de la misma condena: la explotación.
La
lucha estudiantil, en tanto que demandas sobre el mundo
académico,
con sus gritos de alarma contra la privatización y les buenas
intenciones de un reformismo dialogante y razonable, es una lucha que
conduce a un callejón sin salida, siempre y que esté
desvinculada
de una lucha general, de anchas miras. Cada conquista, cada demanda
aceptada, que le arañe al sistema económico un pedazo de
vida, es
un paso adelante que, viviendo bajo los presupuestos del capital,
volverá atrás cuando las condiciones sean favorables a la
economía,
como ha pasado, por ejemplo, con la falsa victoria sobre la LOU en el
2001. La Universidad no es nada más que el reflejo de la
sociedad,
por lo tanto la oposición a ella no puede ser menor que la
oposición
al sistema capitalista; el financiamiento, el número de
profesoras,
las becas son sólo aspectos técnicos que se discuten
dentro el
terreno de la derrota.
¿Qué
es la
educación y a qué
intereses sirve? Las empresas y los bancos ya están en la
universidad, son la universidad, lo único que quieren es una
mayor
rentabilidad. La lucha estudiantil con sus reivindicaciones y
consignas está condenada a no replegarse al ámbito
académico sino
a abrirse y entenderla como parte de un ciclo de luchas
anticapitalistas. Estos discursos han existido, y han aparecido, pero
sólo queremos constatar que se han visto silenciados por la
voraginosa presión de los medios de comunicación. Dentro
del
contexto de cualquier lucha entendemos la capacidad estratégica
de
ciertas demandas parciales y concretas que pueden mejorar ciertos
aspectos de nuestra vida. Lo que pretendemos no es tanto hacer una
crítica al discurso que ha monopolizado la lucha en tanto que
“reformista”, sino la manera de expresar estas demandas y
su
contenido de fondo. No es lo mismo una petición que se hace como
afectado de un sistema del que quieres formar parte,
dirigiéndote a
la autoridad concedida, que una exigencia que haces desde la propia
dignidad e integridad violadas a un poder impuesto. El contenido de
las demandas señalaba la voluntad de formar parte de este
sistema,
de expresar la necesidad y la importancia del mundo académico y
estudiantil en el funcionamiento y perfeccionamiento del sistema
democrático. Es decir, la vinculación expresa a la
democracia, en
lugar de, una vez rechazado el papel de la formación
académica, en
tanto que engranaje del mundo de las mercancías, intentar
trasladar
este descontento a la sociedad entera que es, en última
instancia,
la que necesita nuestra obediencia y sumisión en las aulas, en
el
curro y en las calles para seguir reproduciendo el sistema de
dominación capitalista y estatal.
El
gran valor que podemos encontrar en esta lucha es el de agudizar el
pensamiento crítico de muchas de las participantes, de forjar
conciencias que han superado el grado de alienación dominante.
Esto
se ha demostrado cuando hemos practicado formas y maneras que
expresaban nuestra voluntad real, sin condicionarnos bajo la
lógica
pacificadora y dialogante que a veces querían imponer ciertos
discursos amparándose en el miedo o en la estrategia; cuando
este
año muchas estudiantes han renunciado ha matricularse,
desencantadas
como estaban con este universo que poco tiene que ver con un saber
neutral o crítico que nos ayude a la emancipación
personal; con la
ocupación y participación en diferentes espacios ocupados
que han
practicado algunas y también con la apertura de la universidad
libre.
Muchas
luchas pueden ser la semilla de otra lucha futura, más radical
en
sus contenidos y menos alienada, pues a cada paso puede aparecer
gente más firme en sus convicciones. Pero no creemos
esencialmente
en la acumulación histórica de conocimiento subversivo en
un ámbito
concreto, la universidad o la fábrica ya que la movilidad actual
lo
impide.
Parece
ser que las únicas capaces de transmitir y enseñar formas
de lucha
son las organizaciones formales y los sindicatos, aunque de
aprendizaje de luchas pasadas hemos visto poco. Estos grupos,
mediante la lucha, se intentan dotar de un mayor número de
militantes para poder erigirse como representantes estudiantiles,
obteniendo así más poder y por lo tanto
“legitimidad” para
llevar a cabo unas reivindicaciones que pasarán bajo los
imperativos
de las necesidades de la organización y su voluntad de
supervivencia, factores que condicionan las mismas demandas y la
misma manera de luchar.
En cambio la persistencia de la tradición antiautoritaria,
autónoma,
anticapitalista, es prácticamente inexistente, a menudo su paso
por
la universidad no cuaja en una tradición de lucha de referencia,
dadas también las debilidades de la organización informal
y el
inexistente uso que hacen de las aulas como sitio de lucha y
propaganda.
Por
eso insistimos en la importancia de crear discursos que vayan
más
allá de la lucha concreta, para enlazar estudiantes con
trabajadoras
y paradas, para encontrar puentes de comunicación entre gente
que
haya tenido experiencias y tradiciones de lucha diferentes,
volviéndonos cómplices las unas de las otras y aumentando
el
conocimiento subversivo. Por eso insistimos en ver las
potencialidades que se esconden detrás de cada lucha, para andar
en
esta dirección.
-
Entre
el consenso democrático y el chantaje mediático.
Las
maneras que tiene el
Status Quo de
defenderse se repiten una y otra vez. Con la oposición al EEES
hemos
podido constatar nuevamente como se utilizan los medios de
comunicación y los diferentes agentes sociales para arrastrar la
lucha a un terreno mucho más cómodo para las gobernantes.
Los
medios nos muestran la realidad, nos informan de tal manera que ponen
una supuesta sociedad civil, gente cívica, ordenada, impoluta y
fiel
a la democracia de un lado, curiosamente su lado, y del otro, siempre
una minoría insensata, incívica, estúpida o
violenta, o todo al
mismo tiempo. De esta manera pretenden asegurarnos que las que
sufrimos este orden económico nos juntamos bajo la bandera de la
democracia y somos sumisas a su autoridad. Ponen todo lo que tienen a
su alcance para destruir, discursiva e identitariamente, aquellas que
se resisten a seguir las órdenes, aquellas que protestan y
piensan
otras maneras de ser y estar.
El
asedio mediático que se nos impone, requiere de las diferentes
personalidades entendidas en la materia: técnicas,
catedráticas,
políticas, sindicalistas, etc. y del gran aparato
mediático que se
despliega para humillar a las contestatarias. Una vez han dejado
claro que la minoría radical no es representativa de la sociedad
y
que no tiene argumentos, tienden la mano para hablar de soluciones
realistas con la fracción dialogante. Para las que no entran al
juego, tienen listo su linchamiento. Aplastada la minoría dejan
claro que no hay sitio para salir de los límites establecidos,
por
nuestro bien.
De
esta manera unen ficticiamente, amparándose en discursos
periodísticos, una sociedad aislada, dividida y peleada por
culpa
del propio sistema, junto con el malestar que despierta. Una sociedad
que se excluye una a otra y que en realidad está llena de
minorías
que protestan y se pelean, pero que a cada momento mediático
pertinente se encargan de aislar de las otras. Por eso “el somos
estudiantes no delincuentes”, es una súplica atemorizada
de las
clases medias que intentan evitar ser tratadas como saben que se
tratan a las más pobres, sin contemplaciones. En esta trampa
caemos
una y otra vez, por el problema que hemos comentado antes, porque no
conseguimos definir esta identidad común de las distintas
minorías.
No conseguimos definir nuestras problemáticas frente a unas
mismas
causas: la ausencia de poder de la gente y la ausencia de comunidad
real. Si entendiésemos que el problema radica en la incapacidad
que
tenemos para escoger como queremos vivir, así como la
imposibilidad
de establecer relaciones comunitarias y sinceras entre vecinas en
este sistema, sabríamos que estas minorías: estudiantes,
paradas,
trabajadoras, somos una mayoría, una mayoría que
podría luchar
contra una minoría muy poderosa que monopoliza la violencia y la
información, gestionando así nuestra miseria y su riqueza.
Analicemos
el show mediático y las lamentables consecuencias que ha tenido
en
la lucha antiboloña.
Sobretodo a raíz de los hechos del 18 de marzo, síntesis
y epílogo
del curso 2008-09.
Cuando
saltó a primera página el problema antiboloña,
la prensa corrió a exprimir noticias del todo sensacionalistas,
imponiendo, como siempre hacen, una sensación de vulnerabilidad
e
imposibilidad de defensa en las estudiantes. Esto desencadenó
numerosas declaraciones y apariciones públicas totalmente a la
defensiva que intentaban no perder la legitimidad y el prestigio.
Finalmente los medios consiguieron arrastrar el conflicto a la
pantalla y el resultado fue el de dar un discurso totalmente
aséptico
e inofensivo. Se ganaba así simpatías del sector
“progre” y de
la izquierda de los globos de colores, mientras el discurso quedaba
totalmente inutilizable para profundizar y abrir grietas en una
crítica que fuera más allá.
El
18 de marzo fue el día más espectacular de la lucha, se
desencadenó
las más diversas pasiones, la acción y la
reacción, la prueba de
fuego de las estudiantes y la violación definitiva de los mossos
dentro del marco universitario, después de las numerosas veces
que
ya habían practicado la caza a la estudiante en la UB, UAB y la
Pompeu Fabra a lo largo del curso. ¿Qué reacciones se
hubiesen dado
si eso hubiera pasado en época del poco agraciado Aznar? Un
escándalo de la sociedad civil catalana, seguro.
En
esta tragicomedia griega cada una representó su papel a la
perfección, des del telón de fondo de la prensa, un
Dídac Ramírez
que le había caído el marrón encima de hacer lo
que muchas querían
que pasara, se excusaba hipócritamente con un
“había llegado a
una situación insostenible”, alegando cuestiones de
higiene y
seguridad. Todo bien relleno por numerosos artículos de
periódicos,
algunos poniendo énfasis en la suciedad y el peligro que
corrían
las obras de arte del edificio histórico de la Central, otros
con la
simpática visión de unas estudiantes hippiosas jugando a
cocinillas
entre asamblea y charla. Las profesoras como buenas educadoras que
llamaban a la democracia pidiendo respeto a la sagrada libertad de
expresión, la de la constitución, tanto las que
reclamaban el
derecho de las estudiantes a protestar como las que, como un jefe de
estudios de historia contemporánea de la UB que le lloriqueaba a
El
País, acusaban a los piquetes de negar la libre
circulación de las
personas. Mientras tanto todos los periódicos, hombres y mujeres
de
buena fe del país clamaban para que todo volviera a la
normalidad
democrática. Hay que restablecer siempre la normalidad para que
las
comerciantes puedan hacer caja, las trabajadoras producir, las
banqueras dejar créditos, las arrendatarias pagar alquiler y las
universidades formar administrativas y tecnócratas. Toda
protesta
tiene que tener bien claro este consenso que nos hace a todas tirar
del carro.
Todo
esto amenizado con una violencia policial totalmente
desproporcionada, para aquellas que no están acostumbradas a
sufrirla, claro está. Y como cada vez que a quien le toca
recibir
son a las periodistas se provocó un cristo mediático de
la ostia,
causa última del desencadenamiento de una telenovela sensacional
en
el cuerpo directivo de los mossos d’esquadra.
Y
a la resaca de todo esto para el 26 de marzo, y bajo todo tipo de
alarmas y coacciones mediáticas que hacían prever una
batalla digna
de Braveheart Canaletes,
prosiguió el entretenido circo con las divertidas declaraciones
de
Hereu haciendo de sheriff de longaniza y amenazando de las
consecuencias de que la mani bajara por la rambla; la UB emitiendo
comunicados donde dejaba claro que la huelga no afectaría a la
normalidad del Centro y las asambleas de estudiantes aclarando que no
harían piquetes y que prohibían a elementos indeseables
participar
en su protesta…
Por
cierto, mágica la solución de la consejería de
interior y del
colegio de periodistas de hacer llevar a las periodistas una armilla
chillona, para que no reciban las ostias que les toca a otras, ya se
sabe, profesión peligrosa la suya… ¡Vaya tela!
Así
se cerraba de nuevo el círculo del consenso, amparado en los
mass
media, los progres se lamentaban de los excesos de los mossos, de
forma tibia ya que sabían que habían hecho lo que saben y
tienen
que hacer, y las conservadoras exigían una mano dura que les
haga
sentir siempre más seguras. Pero todas cerrando filas alrededor
del
monopolio de la violencia, desde les declaraciones de la momia de
Pujol a las acojonadas “líderes” estudiantiles, se
cuestionaba
el error, o no, del mando que dictó la orden de la carga, sin
cuestionarse el papel real de las policías en el mantenimiento
del
orden, el que siempre han tenido como fuerza terrorista bajo las
órdenes de los estados y las capitalistas para defender el
sistema
de la sagrada propiedad, las mercancías y el dinero, e
imposibilitar
otras formas de organizar nuestras realidades.
Al
final, de nuevo, la normalidad enfilaba por las calles porque
aquí
moviéndonos entre los límites que nos marca el consenso
democrático
y el convencimiento del espectáculo mediático, no cambia
nada.
4.
¿Y donde estábamos nosotras?
A
pesar de que algunas de nosotras nos acercamos en algún momento
a
esta nueva etapa de la lucha estudiantil, la mayoría del entorno
antiautoritario se ha mantenido a distancia.
El
posicionamiento general dentro de nuestros espacios hacia las
estudiantes y sus luchas reproducen y refuerzan el aislamiento y el
reformismo de estas. Es decir, el hecho de asumir que las cosas que
se hagan en las facultades no nos importan porque no estudiamos hace
que esta imposibilidad de establecer alianzas entre las explotadas se
mantenga, y al mismo tiempo que los discursos y prácticas sean
democráticamente absorbidos por su falta de radicalidad.
Este
hecho no es tan solo exclusivo en relación a las estudiantes
sino
que se hace extensible al mundo laboral, a las luchas en defensa del
territorio, contra los planes urbanísticos, etc. En resumen,
autoexclusión de todo aquello que no sea hecho por libertarias y
para libertarias.
El
sectarismo en el que estamos acostumbradas a movernos está
influenciado mucho más por nuestra incapacidad de digerir el
desconcierto de la propaganda postmoderna que de una confianza en
nuestras maneras de hacer. A causa de esta confusión, a falta de
un
pensamiento crítico y de una comunicación real entre
nosotras,
acabamos construyendo un movimiento ficticio gobernado por las modas.
Frente esta falta de estrategia en nuestras luchas el activismo suele
ser la forma más común de actuar. Y esta no genera
procesos
revolucionarios, solo frustración y más
frustración.
“El
hecho que el movimiento anarquista esté disperso, sin un trabajo
incisivo y visible provoca que muchas veces no encontremos los
cómplices que nos gustaría y que a la vez no nos
encuentren. En
definitiva, nosotros no existimos más que como la imagen
espectral
que dan de nosotras, de vez en cuando, en los medios de
comunicación.
Y es esa dispersión, esa volatilidad, esa falta de constancia y,
muchas veces, esa incapacidad para la comunicación que tanto nos
perjudica, lo que nos niega la posibilidad de ser un referente
político. Es esa ausencia de discurso en la calle lo que niega
muchas veces la capacidad comunicativa de la práctica".
Creemos
profundamente que si hay gente que considera tan diferentes a las
estudiantes que les cuesta hacer cosas con ellas, más les
costará
si sigue dejando que pase el tiempo. El espacio y los recursos que
dan las facultades, el hecho que mucha gente se politice en la
universidad, son motivos suficientes para estar allí. En los
estados
francés y griego, donde las luchas estudiantiles son mucho
más
decididas, las anarquistas y autónomas tienen una presencia
importante. Hecho que no tendríamos que desestimar teniendo en
cuenta la consecuente implicación del mundo estudiantil en otras
luchas fruto de estas alianzas.
Con
todo esto, queremos
decir que es
mucho más fácil criticar las contradicciones de las
luchas, pero
que es asumiéndolas y participando como se las pueden superar. Y
que
aunque a veces haya sectores que no tengan los mismos planteamientos
teóricos y/o prácticos que nosotras, tenemos que estar
dispuestos a
embarrarnos y probar. Ya que “entendemos que nuestra sociedad es
demasiado compleja y extensa como para pensar que las revueltas se
protagonizarán por personas que compartan unas mismas ideas, la
lucha contra el estado de las cosas es un camino compartido con
gentes de distinto pelaje, que evolucionamos, aprendemos y
enseñamos”.
Vamos tirando, y que sea la práctica y no la ideología la
que
marque si nos estamos equivocando.