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Apuntes
sobre la cultura de la separación *luchas
con migrantes*
EN
LA HISTORIA RECIENTE vemos el purista desprecio de lo "parcelario"
de las luchas, que ha llevado a muchas a apartarse de los espacios
contaminados, donde estas se desarrollan, bajo el argumento de la
crítica total al capital. Este desprecio es tan solo un
desprecio
por la totalidad viva, que no es un resultado adquirido sino
un proceso práctico, una lucha a través de la
particularidad de
cada contradicción vivida, por alcanzar condiciones de unidad y
conclusiones generales.
Romper
con la cultura de la separación en las luchas plantea una serie
de
cuestiones que van desde problemas de calado más hondo, que es
necesario considerar, hasta la especificidad del terreno sobre el que
se desarrollan (por ejemplo, materialmente no serán lo mismo la
lucha contra las cárceles para migrantes que la lucha por los
papeles para todas).
En
el presente apunte se pretende abordar brevemente algunos aspectos en
vistas a contribuir a una crítica de las luchas con las
migrantes en
las ciudades.
Democracias
contractuales y de mercado
En
la Europa Fortaleza lo que rige la vida social es el funcionamiento
dentro de la lógica de las democracias contractuales y de
mercado.
Es decir, que lo normal está regido por contratos,
acuerdos
firmados que se acumulan en una densidad y profusión que
complejiza
la vida en sociedad. Así, en última instancia, la vida en
sociedad
es entendida como un proceso de complejización que requiere,
cada
vez más, de mentalidades funcionales y tecnócratas que,
teniendo en
cuenta los movimientos del mercado, puedan de alguna manera regular y
por tanto legislar, los flujos de complejidad (para, de paso, ponerle
las cosas más fáciles al reino de la mercancía).
La historia de la
mutación de estos contratos en el mercado es el progreso. Y es
en la
historia de este progreso donde debemos ubicar la necesidad de
papeles, las luchas por los papeles, por la regularización, pues
¿qué es esto, sino un contrato con el Estado? Se lucha
así por un
contrato, del que por supuesto el Estado sale fortalecido. Quien lo
pide acepta ser una mercancía (claro está, a cambio de un
poco de
tranquilidad, de un "descanso" temporal), pues aquella que
se niega o simplemente no puede acceder a dicho contrato está
obligada a vivir en una fuga permanente, sumergida y explotada en la
miseria de los mercados negros (economía sumergida) que al fin y
al
cabo las tecnócratas también terminan recuperando e
integrando en
la economía oficial.
Quienes
de entrada asumen las reglas de la convivencia en democracia apuntan
irremediablemente a la aceptación de las fronteras y a la
negación
de formas de organización "más simples" que,
atentarían,
en última instancia, contra la necesidad de progreso y
complejidad
propia de las sociedades capitalistas. Cuando hablamos de formas de
organización o comunidades simples, nos referimos a
aquellas
que, sin atenerse a los grandes valores del progreso
tecnológico,
optan por dar solución a sus problemas prescindiendo de leyes y
mediaciones de terceras. Esto incluye, por supuesto, la cuestión
de
los papeles.
Pero
en el caso de que, en nombre de una crítica al capital y a su
forma
democrática, optemos por no tener papeles, nos encontraremos con
empresas que nos obligan a ser mercancías, con policías,
con
ciudadanas policías y con cárceles (CIE) en las que de
una forma u
otra forma intentarán meternos, pues al fin y al cabo
también son
un negocio para ellas.
Por
eso, en el juego político de las reivindicaciones, lo que se
persigue es el establecimiento de un nuevo contrato, de un nuevo
marco, de una nueva regularización sobre la que poder, al menos,
reposar de las redadas y persecuciones continuas (algunas van
más
allá pidiendo el voto para las migrantes).
El
problema de la mala conciencia y la solidaridad
institucional
Como
parte del mismo movimiento contractual chocamos de frente con los
procesos que llevan a la institucionalización de la solidaridad,
encontrándonos con organizaciones como la Cruz Roja y una serie
de
ONG's que funcionan siempre al lado de policías o militares.
Mientras estas últimas asumen la "cara fea" del Estado,
las organizaciones asumen la "cara amable y bondadosa" en
medio de los conflictos armados, las cárceles o las zonas
fronterizas. Tampoco hay que desdeñar aquellas empresas que se
nutren de las diferencias culturales montando sus industrias sobre la
base de una otra esterilizada; tal es el caso de las que se apoyan en
el multiculturalismo y en los derechos culturales. El problema con
este tipo de ONG's o empresas es que por un lado van construyendo un
monopolio que dificulta e impide el trato directo con quienes
están
bajo su "amparo" y por otro, evidentemente,
espectacularizan sus funciones, transformándolas en el
único mundo
posible, generando de esta forma una mala conciencia en
personas que, en su mayor parte, tendrían buenas intenciones.
Nos
referimos con esto último a la producción de las llamadas
voluntarias (para el tercer mundo, para trabajos
solidarios,
para colaborar en los programas de apoyo a las más
desfavorecidas
socialmente; incluso podemos pensar en la ciudadana policía
como una variante que se solidariza con quienes no pueden vivir sin
el orden impuesto por el Estado). Voluntarias que, para los
que aquí nos ocupa, representan por excelencia la
esterilización de
los conflictos, la humanitarización de las guerras, es decir, la
supuesta despolitización de las figuras que surgen al calor de
la
guerra contra las pobres y anormales de unas partes del mundo
obsesionadas con imponer su control (migrantes sin apellidos,
refugiadas, perseguidas, terroristas, anormales, etc.). Pero
también
esta figura, este rol, nos empuja a preguntarnos qué estamos
haciendo frente a estos movimientos espectaculares y a su vez
contractuales que asume el capital para seguir su progreso de
destrucción y esterilización de las buenas intenciones.
Nuestra
solidaridad y los CIE
En
el caso específico de las luchas contra las cárceles para
migrantes, el objetivo es destruir los CIE. Mientras no lo consigamos
definitivamente, el camino pasa por "romper el silencio",
es decir, romper la separación que existe entre el adentro y
afuera,
cuestionando por tanto el rol de las comunicaciones, de nuestros
propios medios, de las formas de contacto y relación que
construimos, de cómo instalamos y contagiamos la lucha de
dentro,
fuera en la calle; y de cómo somos capaces de dar apoyo en
momentos
críticos (huelgas, evasiones, motines, etc.). Pero sobre todo,
pasa
por discutir acerca del racismo, en tanto categoría que infecta
profundamente la solidaridad y que hace que muchas eviten el
contagio, distanciándose y entendiendo el apoyo mutuo sólo
desde una posición de privilegio (que al fin y al cabo equivale
a
decir "yo tengo la razón y las cosas se hacen así", lo
cual también evoca esa vieja afirmación surgida en
Europa: "Por
el pueblo, para el pueblo, pero sin el pueblo").
A
veces, nos encontramos con grupos que dicen luchar contra los CIE,
sin acercarse jamás a estos, sin visitar nunca a nadie
allí. Y nos
dicen que su forma de enfrentar el CIE es su identificación
completa
con las revueltas, eso sí, mientras estas no sean "parciales".
Si
bien la imagen de una fuga masiva o de un CIE en llamas nos llena de
inspiración y ganas de seguir luchando contra toda frontera,
también
muchas, demasiado cerca de la tradición intelectual burguesa, se
dedican a esperar estos momentos ejemplares para activarse.
Pero ya deberíamos saber que las luchas no sólo se nutren
de
momentos ejemplares. Sabemos bien que nuestro objetivo es estar
ahí
cuando se dan y que apostamos por la extensión de la revuelta.
No
obstante, mientras estos momentos insurreccionales son desconocidos o
están por venir, es necesario preparar las condiciones de
continuidad.
Hemos
visto aquí como la parcialidad de las luchas viene determinada
no
sólo por su carácter reivindicativo (véase el caso
de los
papeles), sino también por el hecho de materialmente ubicarse en
unas democracias contractuales para las que el no tener papeles
equivale a no ser apta para existir (aunque sí que lo sea para
el
negocio de los CIE y las deportaciones). En un contexto así y
sin
desechar una política que apunte hacia lo salvaje, prescindiendo
al
máximo de contratos y leyes, deberíamos estar atentas al
desarrollo
de la inteligencia práctica que, sin alienarse en el ideal
purista,
es capaz de asumir sus contradicciones para generar condiciones de
unidad y moverse con conclusiones generales que puedan extender el
virus de las revueltas. Sean pues, contagio, contaminación,
desborde.
De
la infección controlada al desborde
¿Es
posible desbordad los contratos con el Estado? O ¿es
imprescindible
resistirse a ellos refundando comunidades simples, que no
requieren de contratos, ni leyes, ni soluciones complejas y
tecnologizadas para su supervivencia?
Claramente
frente a la intemperie y el sufrimiento que significa una vida sin
papeles en las ciudades de la Europa Fortaleza, es necesario
conseguir los papeles. Pero la cuestión es que no todo se
detenga en
esta forma de asimilación capitalista. Y decimos
asimilación, pues
el control biopolítico que implica, cada vez más, el
llegar a tener
papeles y mantenerlos (cuestionarios culturales, llamadas
telefónicas
del Estado, gigantescas bases de datos electrónicos que recogen
formas de cara, de ojos, medición y control de familias enteras,
el
ADN, el entramado de CIE y las primas de 120 euros que cobra
cualquier policía en el Estado español por cada
extranjera
deportada) es una cuestión que por sí misma actúa
como frontera
que detiene el posible contagio con esa otra, que según las que
gobiernan sólo puede ser una mercancía y, en el mejor de
los casos,
simpática, como pone de relieve el multiculturalismo.
Así
se evita el conflicto propio de las relaciones humanas y así se
mantiene a las migrantes en calidad de infección controlada,
como un
virus cuya propagación se quiere evitar.
La
migración ha pasado de ser una plaga a ser una infección
controlada. La Europa Fortaleza quiere hacernos creer que ha cerrado
definitivamente sus murallas, mientras propone una migración
selectiva que, siguiendo el viejo modelo de los gastarbeiters
en Alemania, venga aquí sólo como mercancía, mano
de obra barata
(eso sí, bien cualificada), que resida por poco tiempo lo
más cerca
posible de su lugar de entrada a Europa o allí mismo (como en el
caso de los llamados países terceros en lo que concierne a
Dublín
II y las políticas europeas de asilo) dando prioridad a la
razón
económica por encima de motivaciones políticas que
impulsan a
alguien a venir a Europa.
La
realidad parece aplastante y, al menos en el Estado español, por
ahora, escasean momentos ejemplares. No obstante, quisiéramos
insistir en que la historia es larga y para quienes hoy estamos
aquí,
se hace necesario descentralizar las luchas por los papeles y
promover el descontrol de las infecciones en áreas quizás
aún no
previstas por el aparato estatal.
La
forma de conectar estos focos infecciosos con quienes desde siempre
forman parte de las tradiciones europeas de lucha, implica un
análisis también profundo del racismo en tanto mecanismo
de
separación que, por poner un ejemplo, se ve reflejado en la
típica
frase "yo no soy racista, pero cada cultura en su lugar".
Ensuciémonos pues de contradicción y vayamos más
allá de la
asepsia terapéutica y de los géneros oficiales en los que
se ha
contagiado la historia, pues no todo es tragedia ni drama en las
luchas de hoy.
Colectividades
ácratas con Newen
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