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Cuando criticar sirve de algo

Quien no arriesga no gana

Hay sumas que restan

Quemaremos todos los micrófonos

Autogestión de la miseria o miserias de la autogestión

AUTOGESTIÓN DE LA MISERIA

O MISERIAS DE LA AUTOGESTIÓN

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En el anterior número de Terra Cremada hablábamos de la superación de la democracia en tanto que superación de la forma de gobierno actual y de la trampa en la que se basa la separación entre política, economía y vida. Hoy queremos centrarnos en lo que supone hacer una separación entre la economía —cómo satisfacemos nuestras necesidades— del resto de relaciones de las que se alimenta el capitalismo. Una separación que favorece que el sistema capitalista pueda reinventarse a la vez que nos puede debilitar en nuestra lucha por acabar con el trabajo y la propiedad privada. Hacemos este artículo no con la intención de emitir por fascículos cómo superar estas parcialidades —ya que estaríamos cayendo en aquello que criticamos— sino porque últimamente vemos cómo, de la misma forma que ya apuntamos en la crítica a la democracia, al no tener suficientes palabras, discursos ni —sobre todo— prácticas que superen la manera actual de vivir y de relacionarnos, podemos acabar anclándonos y reafirmando las miserias a las que el capitalismo nos condena. Si apuntamos esto es porque nos preocupa que muchas de las dinámicas o proyectos que dicen alejarse del capitalismo caigan en el espejismo de que podemos vivir sin capitalismo sin destruirlo: podemos plantearnos un mundo sin capitalismo, pero éste, con su esencia expansiva y global, no deja lugar a que exista un afuera o un al margen.


También queremos dejar claro de entrada que no pretendemos desmerecer ninguna iniciativa individual o colectiva de aquéllas que, como nosotras, han de buscarse la vida para sobrevivir de la manera menos dolorosa y más apasionante posible; lo que queremos apuntar es que estas salidas no son realmente tales, sino maneras de existir dentro de nuestra miseria. No pretendemos dar lecciones sobre dónde sí o dónde no han de ir a parar nuestras energías, sino preguntarnos por qué aún no hemos sido capaces de crear imaginarios  y prácticas colectivas e individuales que nos empujen a la creación de proyectos realmente comunitarios para abastecer nuestras necesidades y deseos sin que sea a costa de terceros o que estas actividades sean meramente paliativas. Nos dirigimos a aquéllas que, como nosotras, han  decidido no apostar por un sitio fijo donde llegar sino por unas formas de hacer que nos puedan empujar a construir procesos relacionales basados cada vez más en lo comunitario. Nos dirigimos a aquéllas que ven que, por ahora, estamos acomodadas o adaptadas a la miseria de tener que trabajar por la falta de un horizonte revolucionario cercano..., ¿o será por eso mismo que no hay una perspectiva de superación revolucionaria?

No tenemos nada que objetar ante el hecho de que algunos compañeros busquen organizar su vida como quieran y saquen el mejor partido posible de las circunstancias en las que se encuentran. Pero protestamos cuando las formas de vida, que no son ni pueden ser más que adaptaciones al sistema actual, se quieren presentar como algo anarquista o, peor aún, como medio de transformar la sociedad sin recurrir a la revolución.
E. Malatesta

La lógica del mercado que (casi) todo lo impregna

No, el capitalismo no se aguanta solamente porque haya unos grandes magnates que dominen el mundo, no, ni mucho menos. El capitalismo se aguanta y se reproduce porque nuestra manera de relacionarnos con el mundo —y por tanto también entre nosotras— es casi enteramente capitalista1. Esto quiere decir que en la cotidianidad de nuestros gestos reproducimos unas dinámicas que nos dificultan ver y experimentar más allá de las relaciones de dominación y la mercantilización de las relaciones humanas. A veces es sólo porque no tenemos suficiente dinero para invertir un capital base para convertirnos en empresarias de éxito, pero hay pequeños gestos inmersos en nuestra cotidianeidad que demuestran hasta qué punto la lógica mercantil guía nuestras decisiones. Pensar que el capitalismo es algo externo a nosotras es infravalorarlo y por otro lado bajar la guardia a la hora de combatirlo. La lógica del capitalismo —el individualismo, la propiedad privada, la especulación, la dominación sobre la otra, etc.— se inserta dentro de nosotras dificultando que nos relacionemos a partir de lo que necesitamos conjuntamente y provocando así la relación con la otra a partir de lo que nos puede ofrecer. Hay que decir que esto no significa que la hegemonía del capital sea total —no seremos nosotras quienes plantearemos su perfección como sistema. La tendencia de lo comunitario, consustancial al ser humano, siempre reaparece en las grietas de esta sociedad; todas hemos visto y disfrutado alguna vez de la solidaridad entre iguales, del funcionar sin leyes, del dar sin esperar nada a cambio, etc. Es el movimiento real que anula e intenta superar el estado de cosas actual.

El espejismo de las alternativas

Banca ética, cooperativas, mercados de intercambio, nombres que suenan y resuenan aún más en nuestras asambleas de barrio a raíz de la ocupación de las plazas por todo el Estado —el llamado movimiento del 15M— cuando algunas plantean posibles salidas al capitalismo. El espejismo de las alternativas nos puede hacer desviar el tema de fondo, obnubilarnos en el pantanoso mundo de escoger el producto que más nos agrade, la forma en que más nos guste ser explotadas, la ética que más nos convenga siempre y cuando participemos de la especulación y la usura, la salsa con la que decidimos ser cocinadas siempre y cuando no se nos ocurra atacar la propiedad privada ni los privilegios de aquéllas que nos dominan porque..., ¿dónde preferiríamos dejar nuestro dinero, dónde preferiríamos trabajar?... Si no nos hacemos las preguntas adecuadas podemos  acabar picando el anzuelo y olvidarnos de que de lo que aquí se trata es de seguir luchando contra el dinero, contra el trabajo y contra toda opresión.

Con sumo consumo

El capitalismo, en su lógica de expansión mercantil, ofrece mercados y productos para todas aquéllas que están dispuestas a comprarlos. La industria ética, ecológica, «bio», con respeto al medioambiente, etcétera, es el resultado de la expansión lógica del capital. Si aparece este mercado es porque puede generarse más capital. Si este mercado triunfa es porque hay gente que se gasta el dinero en él. No es que apostemos por hacerle ningún boicot especial a este tipo de productos, pero es evidente que el cambio hacia un consumo de esta clase no produce ninguna transformación significativa en las relaciones sociales actuales. Y aquí radica el problema: ¿Cuánta gente cree realmente que comprar tal o cual producto, en esta o aquella tienda, es un frente más del anticapitalismo? O peor todavía, que creen que es el camino  para la transformación social… Podemos escoger comer más sano o que no se enriquezcan las cuatro marcas de siempre pero no se nos puede olvidar que bajo el capitalismo el consumo siempre es reproducción del capital.

¿Bancas éticas o estéticas?

¿Cómo podría llegar a ser una banca ética, o mejor dicho, a qué ética si no a la de la banca responde una banca ética? ¿A qué lógica si no a la de la especulación responde una banca con estas características? Que nuestro dinero sea utilizado para especular con productos macrobióticos en vez de con la industria nuclear poco le importa a la banca mientras unos y otros aporten beneficios a estas empresas financieras —sólo hace falta saber el caso de Triodos Bank y O’Belen2. Y ahora, ¿somos capaces de imaginar depositando nuestro dinero en algún lugar seguro sin tener que pasar por un banco? Sí, sabemos que lo mejor de todo sería prescindir del dinero y del intercambio en la  satisfacción de nuestras necesidades pero la mayoría de gente sigue cobrando a final de mes, ingresando y domiciliando sus recibos en una cuenta corriente y cobrando sus salarios, prestaciones o ayudas a través de tal o cual entidad bancaria. Pensar que la mayoría de nosotras guarda su dinero bajo una baldosa sería muy iluso por nuestra parte, a pesar de que sería interesante que en nuestros barrios y espacios hiciéramos ver a nuestras compañeras que, aunque de entrada no sea muy seguro dejar el dinero en metálico en casa, el hecho de dejarlo en un banco no nos da más garantías —por no decir que incluso menos. Si hacemos un balance de todos los problemas, contradicciones y dolores de cabeza asociados al hecho de tener el dinero en un banco, podemos concluir fácilmente que es mejor alejar el dinero de la especulación bancaria. Los bancos trabajan más o menos con el 10% del dinero que dicen tener, el resto es ficticio. No hace falta que nos vayamos al caso del corralito argentino para demostrarnos cuan seguro es esperar que el dinero que depositamos tranquilamente en un banco nos sea devuelto cuando queramos: los casos suceden cada vez más cerca de nosotras, en el pueblo de Aldea, el diciembre pasado. También es importante tener en cuenta las sanciones administrativas y penas-multa ya que, cada vez más, la represión de baja intensidad intenta ahogarnos económicamente y, por eso, la insolvencia se presenta como una de las herramientas más efectivas en un primer momento. Muchas de nosotras ya hemos comprobado que no tener el dinero en el banco no sólo es una cuestión de ética sino de seguridad3
Entonces, ¿qué hacemos con nuestro dinero? Bien, la mayoría de nosotras no tenemos demasiados problemas con esconder los cuatro ahorros bajo la baldosa de nuestra casa. Pero si lo que nos preocupa es de dónde sacar el dinero para proyectos más grandes, puede que tuviéramos que pensar en tirar para adelante a partir del dinero que realmente podamos conseguir. Ya sea a partir de exponerlo en nuestros colectivos y pedir ayuda económica al resto de personas o asumir que no podemos tirar adelante nuestro proyecto si no queremos pasar por el crédito y lo que esto conlleva.

La falsa comunidad de la mercancía

El poder del dinero es el de fabricar un vínculo entre los que carecen de vínculos, el de vincular a los extranjeros en tanto que extranjeros y, de ese modo, poniendo cualquier cosa en equivalencia, poner todo en circulación. La capacidad del dinero de vincularlo todo se compensa por la superficialidad de este vínculo en el que la mentira es la regla.
La insurrección que viene,
Comité Invisible

Muchas podrían hablar de otras economías, y de hecho lo hacen, remitiéndose a economías solidarias o mercados de intercambio, a bancos de tiempo y mercados de favores, pero esto lo único que hace es extender los tentáculos de la lógica mercantil y su base: el intercambio de propiedades privadas. Para muchas de nuestras compañeras el fundamento del capitalismo es el dinero, pero no es así. El intercambio es el fundamento sobre el que se sustenta el mercado y se basa en crear una relación no entre las personas, sino entre éstas y las cosas: —¿qué posees?, ¿qué me ofreces?, ¿qué quieres? En vez de ¿qué necesitas? o ¿qué te puedo ofrecer?. Frente al intercambio, nosotras proponemos la reciprocidad. Mientras el intercambio se da entre personas aisladas que se relacionan a partir de aquello que tienen —tanto tienes, tanto vales—, la reciprocidad se da en la relación de los que tienen algo en común. La reciprocidad permite tejer algo colectivo ya que cuando das, lo haces de manera incondicional, sin esperar nada a cambio y, en algunos casos, sin saber quién lo recibirá; sabiendo únicamente que es miembro de una comunidad que apuesta por este tipo de relaciones. Simplemente, lo que queremos apuntar es que si hay mercado podrá existir un vínculo pero no tiene porqué existir comunidad, sino que tal vez la dificulte.

La explotación autogestionada; trabajadoras autónomas y cooperativas

(...) Según los requerimientos del mercado, la mano de obra es empleada o arrojada de nuevo a la calle. Dicho de otra manera, se utilizan todos los métodos que le permiten a la empresa hacer frente a sus competidoras en el mercado. Los obreros que forman una cooperativa de producción se ven así con la necesidad de gobernarse con el máximo absolutismo. Se ven obligados a asumir ellos mismos el rol del empresario capitalista, contradicción responsable del fracaso de las cooperativas de producción, que se convierten en empresas puramente capitalistas o, si siguen predominando los intereses obreros, terminan por disolverse.
Reforma o Revolución,
Rosa Luxemburg

Montar una empresa y esperar que sea rentable pasa por inscribirse dentro de la lógica de la competitividad. Tanto si lo haces tú sola como si lo haces con cuatro amigas, es decir, tanto si te haces autónoma como si montas una cooperativa. Si una empresa no es competitiva, muere. El engaño que nos hicieron creer en la época de la reconstrucción capitalista tras la II Guerra Mundial —en los años 50 en Europa y en el Estado español durante la transacción democrática— era el que proclamaba que, de la noche a la mañana, podíamos dejar de ser trabajadoras para pasar a ser empresarias por el sólo hecho de librarnos de la explotación de una patrona, sin darnos cuenta de que también estábamos sujetas a la explotación del mercado, de la competencia. El capitalismo —debido a las duras luchas obreras de los 60 y 70— dió la oportinidad a unas cuantas trabajadoras de probar a hacer un salto de clase, simpre y cuando demostraran que podían ofrecer beneficios a la empresa y competitividad al mercado a base de explotarse ellas mismas, a terceras personas o a las consumidoras. En este recorrido, muchas han sido las que se han creído esta mentira reforzada por algunos ejemplos que han ayudado a alimentar esta ficción4 Pero el hecho es que la mayoría de aquéllas que apostaron por crear su empresa lo han hecho a cambio no sólo de vender su fuerza física sino también su salud mental así como la de sus compañeras de trabajo y la de aquéllas que tenían más cerca.


La lógica empresarial se inserta dentro de la mentalidad de la trabajadora autónoma llegando, en la mayoría de los casos, a contratar a personal cuando hay suficientes beneficios y a despedirlo cuando ya no hace falta o cuando su servicio ya no genera beneficios. Es ahí cuando viene la justificación de sus miserias recordando todo lo que ha tenido que luchar para levantar la empresa —y no decimos que en muchos casos eso no sea verdad. Lo que sucede es lo mismo que en cualquier otro negocio: se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias. Si no aceptamos ser explotadoras o no tener miramientos pues, sencillamente, nuestra empresa no tirará adelante... entre otras cosas porque no será competitiva.

—El proletariado sin enemigos. ¿A cuántas personas conocemos que fueron engañadas en los 80 haciéndoles creer que si montaban su empresa dejarían de ser explotadas por un jefe? —¡A partir de ahora mi jefe seré yo!, y no podían tener más razón. El hecho de que muchas decidieran hacerse autónomas provoca una aparente ausencia de enemigas. La trabajadora autónoma nada más puede acusar de sus males a un ente abstracto como es el mercado, al contrario que la trabajadora clásica que podía acusar a la persona que le contrataba y explotaba. En esta ausencia de responsabilidad externa, la autónoma solamente puede autoresponsabilizarse y luchar para hacerse más deseable para el mercado, es decir, hacerse más competitiva. Voilà!... el milagro del capitalismo, conseguir que sean los propios súbditos los que decidan autoexplotarse.
El trabajo autónomo ha sido una herramienta indispensable para el desarrollo del capitalismo en nuestras sociedades en los últimos tiempos. Ha posibilitado a las grandes empresas un gran abanico de mano de obra 100% disponible, a la vez que ha conseguido que ésta se responsabilizara de todos los costes de gestión, organización y seguridad social. La flexibilidad que ofrece una trabajadora autónoma se adapta perfectamente a la necesidad de mano de obra que tiene el mercado.


Lo que se ha llamado externalización de funciones de las grandes empresas en el proceso de producción, distribución y/o venta del producto o servicio no ha sido otra cosa que una disminución del coste por parte del gran empresario. El mercado provoca que estas trabajadoras autónomas que en su día pudieron ser compañeras de trabajo se conviertan en competidoras que se pelean por la obtención del contrato con la gran empresa; y, obviamente, esta rivalidad significa ofrecer el máximo servicio al mínimo coste, es decir, el aumento de beneficio por parte del capitalista.
Con las cooperativas sucede tres cuartos de lo mismo. La lógica del mercado impregna a cualquier empresa que pretenda ser competente dentro de éste —y si no lo pretende no podrá sobrevivir—, y ésta deberá decidir de dónde saca su capacidad de ser competitiva y beneficiosa a la vez: de sus trabajadoras —en este caso serían las mismas cooperativistas las que se rebajarían el sueldo, autoexplotándose—, de sus clientes —extrayendo el beneficio engañándolas o sobrevalorando el producto—, o en el aumento de la producción —explotándose aún más con el aumento de la actividad, envenenando el medio ambiente, etc.


De la misma manera, y para no menospreciar la valiosa actividad desarrollada por muchas compañeras en la elaboración de proyectos cooperativos, queremos señalar que sabemos que muchos de estos proyectos funcionan, y funcionan bien. Pero lo hacen gracias a la apuesta colectiva para que tiren adelante, ya sea en el formato de biblioteca, centros de barrio, distribuidoras... Lo que decimos aquí —y puede que siendo demasiado reiterativos— es que si, a parte de ofrecernos un servicio, estos proyectos pretenden poder dar de comer a aquéllas que los desarrollan, tarde o temprano se preocuparán por su rentabilidad y, entonces, explotará en sus manos5. Por ahora, muchas cooperativas salen a flote gracias al apoyo incondicional —nacido de una posición ética— de  las consumidoras. Muchas de éstas se pueden permitir el lujo de comprar procuctos biológicos, libres de transgénicos o que paguen un sueldo más decente a sus trabajadoras a costa, seguro, de un incremento del precio del producto. El caso es que nosotras no podemos competir con una empresa que explota a trabajadoras de Indonesia pagándoles un sueldo veinte veces inferior al de aquí. Si queremos que nuestra cooperativa funcione conforme a nuestros valores —y esto podría ser, por ejemplo, no autoexplotándonos más de lo que lo haríamos en cualquier otra empresa—tendremos que jugar con la buena voluntad de la gente que decida comprarnos a nosotras el producto al doble que se encuentra en el mercado... y eso es, a nivel mercantil, insostenible a largo plazo. Si montamos, por ejemplo, una cooperativa librería con material político, la cosa puede funcionar. Ahora bien, si aparece una en cada barrio, o bien los clientes se reparten y hunden la viabilidad de cada una de ellas, o bien se mantienen fieles a una o dos de ellas provocando la inviabilidad del resto. Sea como sea, los criterios del mercado son incompatibles con la posición ética de la consumidora de estas cooperativas. Que quede claro que valoramos el esfuerzo y dedicación de las personas que apuestan por sacrificarse en una cooperativa por tal de que unos libros —o contenidos—, o una buena alimentación —ecológica— puedan estar al alcance de la gente. Puede ser que sin este esfuerzo fuera más dificil la difusión de la crítica radical o el mantenimiento de un saber agrícola menos agresivo con el medio ambiente; pero la pregunta es hasta dónde estamos dispuestas a llegar para mantener la viabilidad económica de los proyectos.

—La identificación con la empresa. El cooperativismo podría ser un paradigma sobre el que se afianza el toyotismo6. En muchos procesos cooperativos lo que se consigue es que, gracias a la solidaridad entre las trabajadoras, el trabajo —que de otra manera no se podría conseguir— se acaba efectuando. En la mayoría de los trabajos actuales la gobernabilidad de la empresa tiende a la cesión de responsabilidades a las trabajadoras, y esto provoca un sentimiento de participación en el proyecto de la empresaria. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de un proceso paralelo al que utiliza la gestión democrática ciudadanista. Gracias a la colaboración con el proyecto empresarial —también válido para la empresa Barcelona— se evitan huelgas y exigencias de mejoras salariales, así como se llega a justificar el empeoramiento de la condiciones laborales por la salvación del proyecto. Las cooperativas o el trabajo autónomo, en todo caso, ayudan a desconflictivizar el proyecto expansivo de la gran empresa capitalista. Aquello que de otra manera no asumiríamos, siendo nosotras mismas nuestra propia empresa, lo acabamos asumiendo.

—La mitificación de la recuperación de fábricas, el fantasma de la «argentinitis». ¿Cuántas de nosotras hemos escuchado hacer apología de la autogestión obrera a partir de la experiencia de las recuperaciones de fábricas en Argentina (por ejemplo, Zanón), en los 70 y 80 en el Estado español (Numax7), o en el período de descolonización —relativa— de Argelia? Las fábricas recuperadas son fábricas que han sido dejadas por las capitalistas justamente porque no eran rentables para ellas. La experiencia de Argentina nos demuestra que estas fábricas han podido volver a ser rentables para el mercado a partir de volverse competitivas al precio de autoexplotarse y funcionar dentro de la misma lógica empresarial que antes. Que apuntemos contra la mitificación de las recuperaciones del puesto de trabajo no quiere decir que menospreciemos lo que suponen: la gente puede mantener un trabajo para poder sobrevivir, se da un proceso colectivo que puede hacer emerger algo común y, si hay beneficios, estos se socializarán.


En estos casos, podemos ver que a pesar de haber cierta lucha tras estas recuperaciones, si la dirección de la empresa se ha ido, no ha sido por la presión de las trabajadoras sino por otros motivos —recesión económica, delitos económicos, etc. Por tanto, la empresa bajo el control de las trabajadoras en realidad quiere decir que éstas están bajo el control de la empresa, es decir, que la lógica de la competencia continuará condicionando la producción, independientemente de quien la gestione. Si la autogestión hace que nuestras condiciones materiales mejoren, entonces apostamos por este proceso. Si no, sólo se queda en el campo de la crítica a cómo se tendría que gestionar el capital y, por tanto, argumentar que podría existir un capitalismo igualitario si éste se gestionara correctamente. Es decir, si la expropiación a la capitalista se hace para redirigir la producción hacia la satisfacción de las necesidades, entonces es la autogestión que defendemos. Por contra, si se trata de volver al trabajo, producir lo mismo y vender las mercancías pero sin la dirección del patrón, entonces es autoexplotación.


Evidentemente, la realidad no es blanca o negra y, como la lucha de clases bebe de las contradicciones que da esta realidad, «la autogestión» en abstracto tampoco la podemos refutar. A pesar de que la autogestión no es la alternativa al capitalismo, sí que nos puede ayudar a caminar para superarlo, ya que la lucha por la gestión colectiva de las productoras puede hacernos ver la coincidencia de intereses como explotadas, puede ayudarnos a romper el aislamiento y el individualismo del «sálvese quien pueda» y, lo que es más importante, el hecho de pasar por la autogestión de nuestro espacio de explotación puede permitirnos darnos cuenta de que esto no soluciona la explotación en sí. No es necesario pasar individualmente por estos procesos para darnos cuenta de esta trampa contrarrevolucionaria, pero seguramente a un nivel colectivo alguna gente apostará por la fórmula autogestionaria hasta que no se dé cuenta que la satisfacción de las necesidades de toda la sociedad no pasa por cambiar las formas de quién gestiona qué, sino de un cambio profundo de la totalidad de las relaciones sociales.


Si este debate nos parece demasiado abstracto, fijémonos en lo que nos puede suceder si nos dejamos embelesar por el término autogestión. En verano del 2011, a algunas nos sorprendió el anuncio del cierre del Hospital Dos de Mayo. El primer día de movilización éramos unas cuantas a las que se nos hizo la boca agua cuando oímos a algunas trabajadoras hablar de la autogestión del hospital. Pero,¿qué significa la autogestión de un hospital? Un hospital nada más tiene tres maneras de subvencionarse: por parte del Estado, de forma privada a partir de sus socias o clientes,  o a través de los impuestos con una gestión del capital por parte de un grupo privado. Si nos fijamos detenidamente —y finalmente parece que es lo que está pasando—, lo que se da cuando se habla de autogestión por parte de las trabajadoras es un proceso de privatización donde, como ya hemos señalado a lo largo del texto, una empresa que no es rentable con un formato clásico pasa a serlo vestida como cooperativa de trabajadoras. El Estado, de esta manera, mata dos pájaros de un tiro: por una parte evita el conflicto laboral a la hora de recortar presupuestos, desplazándolo hacia la movilización de las currelas en la salvaguarda de sus lugares de trabajo y, por otra, consigue que el servicio que anteriormente se estaba ofreciendo continúe, evitando así el malestar de las usuarias. Tiempo al tiempo, pero si no ya lo veremos... el copago será introducido en este tipo de ensayos y no será de la mano del Institut Català de la Salut, sino por parte de las trabajadoras del hospital alegando a la solidaridad con un servicio pretendidamente indispensable.

La maldita costumbre de llamar a las cosas por su nombre8

Somos trabajadoras, tanto si nos gusta como si no. No es una cuestión de ética, moral o política o porque nos queramos aferrar a palabras que algunas ya han abandonado. Somos trabajadoras por una cuestión objetiva: en el mundo capitalista estamos condenadas a tener que pasar por el circuito del trabajo para poder sobrevivir. Somos desheredadas, y el hecho de tener un coche —o en algunos casos un piso de propiedad— no nos libra de esta lacra. Tanto si estamos buscando trabajo como si hacemos todo lo posible por evitarlo, tanto si basamos nuestra economía en la expropiación como si le pedimos limosna a nuestras madres o al Estado en la forma de subvenciones o becas, nuestra condición es la de ser explotadas. Y sólo la destrucción del trabajo y las relaciones que de éste se derivan podría situarnos en un nuevo contexto. Si decimos esto no es porque nos guste el victimismo o porque no queramos ver que aun así hay otras personas que pueden llegar a sufrir mucho más que nosotras las relaciones de producción y reproducción capitalistas. Si lo decimos es porque, si en algún momento se nos olvida, podemos llegar a caer en la ilusión tan extendida de que  es posible hacer un salto en nuestra condición proletaria y convertirnos en personas libres de las relaciones capitalistas sin tener que pasar por una guerra abierta contra el capital, ya sea montando nuestra empresa, ya sea trabajando para nosotras mismas. Y esto es mentira.


Con esto no pretendemos caer en el absurdo obrerista de la mitificación del sujeto fabril, nada más lejos. Que seamos trabajadoras no quiere decir que sólo seamos trabajadoras ni, mucho menos, que queramos seguir siéndolo. Lo que queremos decir es que, aunque estemos atravesadas por diversas dominaciones, la sociedad de clases sigue más firme que nunca.

Si vis pacem para bellum

En una época de derrota como ésta, prácticamente sin ningún referente político integral, que hagamos un texto de crítica sobre los intentos de una alternativa de muchas puede ser desilusionante. No es cuestión de tirar mierda sobre las cosas que hacen las demás, lo sabemos, pero tampoco debemos mirar a otro lado mientras que, con intenciones emancipadoras, podemos estar construyéndonos obstáculos para la lucha anticapitalista.
Que quede claro, entonces, que no criticamos a aquéllas que —igual que nosotras— tienen actividades contradictorias, sino el hecho de que intenten convencer de que es posible superar el capitalismo a la vez que evitar el enfrentamiento con aquéllas que lo defienden. Que todo el mundo intente lo que haga falta, lo que crea conveniente, que no paren nuestras mentes de crear y construir, pero que nadie intente convencer al resto de que la lucha pasa por un lugar diferente al de acabar con el capitalismo, es decir, al de destruir las relaciones que lo sustentan así como las que lo reproducen. Y esto, queramos o no, implica conflicto, confrontación y violencia.


Puede ser que si en nuestros entornos se oyen estas ideas es porque aún hay quien cree que el capitalismo es sólo un sistema económico injusto que beneficia a unas pocas en perjuicio de las demás. Esta versión reformista se organizará por tal de conseguir ciertos cambios institucionales y legislativos que hagan repartir de una manera equitativa la riqueza que la gran mayoría producimos. La versión «revolucionaria» querrá echar a la minoría parasitaria y que organicemos, a partir de ahí, la economía de una forma colectiva e igualitaria. Ambas  visiones creen que el cambio pasa por quién decide y por cómo se gestiona la economía. Ambas visiones están equivocadas. El capitalismo no es un pequeño grupo de gente muy rica, este grupo existe y son las que más privilegios tienen en esta manera de funcionar, pero sólo son una parte del problema. El capitalismo tampoco es una manera de organizar la economía a pesar de que sus pilares sí surgen de quién, cómo y qué se produce en esta sociedad. Pero la forma que toma este sistema hoy en día ha salido del estrecho marco del mundo laboral extendiéndose al resto de aspectos sociales que hasta entonces habían tenido cierto margen de libertad. Ahora la generación del capital no se limita a la producción, sino que intenta crecer ininterrumpidamente a partir de la mercantilización de los recursos básicos —agua, tierras productivas, etcétera—; de la explotación de la Tierra, plantas y el resto de animales; y de todo lo que produce vínculo social —comunicación, afectos, conocimientos, etc.


Así las cosas, vemos que el capitalismo es una relación social que atraviesa todos los aspectos que nos afectan como seres humanos y que falsamente se intentan presentar como compartimentos estancos: economía, política, cultura, etc. Si no nos enfrentamos a estos en todas sus formas, el capitalismo volverá a desarrollarse. Si no vemos que no es solamente una relación que se establece entre las clases poderosas y el resto sino que lo reproducimos entre nosotros, horizontalmente, el capitalismo volverá a surgir una vez hayamos echado a las capitalistas del Poder. Entonces vemos que, si por lo que luchamos es por una forma de vida en sociedad que no esté basada en la explotación ni la opresión, esto condicionará inevitablemente qué y cómo se gestionaría cada aspecto de esta sociedad. No necesitaríamos instituciones especializadas ni especialistas para encargarse de la economía o la política, entre otras, ya que forman parte de un todo que es la vida, y como un todo lo hemos de tratar.


Los malabarismos teóricos que hacen proyectos como la Cooperativa Integral Catalana o Democracia Inclusiva no resuelven la contradicción entre problema genérico y soluciones parciales que aquí estamos criticando. A pesar de que hablen en sus textos de la necesidad de una respuesta integral, ésta solamente la están materializando con una suma de parcialidades. No entraremos aquí a hablar de estos dos proyectos pero sí que queremos remarcar el aspecto más importante que se relaciona con lo que estamos tratando. Por mucho que hemos buscado en sus escritos, no hemos encontrado nada sobre el inevitable conflicto contra las que defienden el capitalismo, y esto es lo preocupante. Quizá no hablen porque creen que mientras estemos en un proceso creativo, de generación de contrapoder, el Estado no nos reprimirá. En este caso, estos proyectos se hundirán en cuanto, sorprendidas e incrédulas, les lluevan las hostias legales o ilegales por todas partes.Quizá no hablen de la posible represión, de la necesaria preparación para el conflicto porque estratégicamente no lo quieren decir. Quizá piensen que no es cuestión de asustar con ideas paranoicas sobre una futura represión a la gente que se puede acercar; quizá si miramos a nuestro alrededor vemos que la represión siempre está donde hay lucha; quizá si no intentamos engañar a la gente, cuando los problemas lleguen a nuestro proyecto estaremos preparadas para afrontarlos.


Cuando intentemos buscar maneras que no se basen en los presupuestos capitalistas o, incluso, que intenten ser contrarias a éstos, hemos de tener en cuenta que el capitalismo es totalitario. No existe un «afuera» y esto implica que quien lo defiende intentará impedir todo lo que lo ponga en peligro. Por tanto, la histórica discusión del movimiento revolucionario entre proceso constructivo/destructivo no puede decantarse hacia ninguno de estos supuestos contrarios. Cualquier intento de crear una sociedad paralela a la actual se encontrará, en un primero momento, con la inercia de funcionar con valores explotadores y opresivos aunque sea de forma inconsciente y, más tarde, con la oposición frontal de las defensoras del statu quo. Cualquier intento de destruir lo existente si no tiene las infraestructuras básicas para este combate y las mínimas para sobrevivir socialmente a este mismo, está abocado al fracaso. La necesaria relación dialéctica entre construir y destruir tiene que estar inscrita en nuestra praxis revolucionaria si realmente queremos acabar con toda dominación. Construimos preparándonos para el enfrentamiento; nos enfrentamos para abrir grietas para la construcción. Aunque parezca una obviedad: no se puede vivir sin capitalismo hasta que no acabemos con él.


1 Patriarcado y capitalismo van de la mano y, por tanto, un anticapitalismo que plantee una superación del mismo solo en su vertiente económica —o cualquier otra vertiente parcial— no es un anticapitalismo completo. Lo mismo sucede con el racismo, la homofobia, etc. El capitalismo se ha nutrido de todas estas dominaciones para así poder ejercerse, y no hubiera podido llegar hasta donde ha llegado sin la ayuda de éstas. 

2 Os remitimos  a la página de unas compañeras de Madrid que trabajan en contra de los centros de menores, llamados eufemísticamente centros de protección a la Infància y la Adolescència. http://www.centrosdemenores.com/?Campana-de-boicot-a-Triodos-Bank. Tal vez no hablaríamos tanto de este tipo de banca si no fuese porque han aumentado de forma exponencial su clientela a raíz del fenómeno de las ocupaciones de plazas alrededor del Estado.

3 Respeto a esto, a sabiendas de que es un tema peliagudo donde cada cual de nosotras tendrá sus propias particularidades, remitimos a la compilación de datos realizada por las compañeras de insubmisión a las penas multa: http://guinardo.org/documents/manuals-antirepressius/

4Uno de los casos más conocidos es el de Amancio Ortega, máximo accionista de Inditex (Zara, Massimo Dutti, Pull & Bear, Bershka,etc.). Es el ejemplo perfecto de movilidad social: de trabajar con 14 años en una tiendo de ropa a ser la quinta persona más rica del planeta, según la revista Forbes. Lo que esconden estas huodas del origen de clase es que, por mucho que hayan ciertas personas que puedan pasar de una clase a otra, las condiciones que garantizan este tipo de relaciones siempre harán que haya dos clases bien diferenciadas.

5Booomm!

6 El toyotismo ha sido el sistema de producción fabril que ha desplazado al taylorismo y al fordismo en la producción en cadena, favoreciendo, entre otras cosas, la identificación de las trabajadoras con los intereses de la empresa.

7 Recomendamos los documentales de Joaquím Jordà, de l’Escola de Barcelona, Numax presenta y 20 años no es nada, sobre el proceso de recuperación de una fábrica en los años 80 por parte de sus propias trabajadoras.

8 Recomendamos los artículos aparecidos tanto en Cuadernos de negación como en la revista Ruptura sobre clases sociales. Podéis encontrar sendos artículos en los siguientes enlaces: http://gruporuptura.wordpress.com/2010/04/02/las-clases-en-la-sociedad-capitalista/ y también en
http://cuadernosdenegacion.blogspot.com/2009/09/nro-2-clases-sociales-o-la-maldita.html