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Cuando criticar sirve de algo

Quien no arriesga no gana

Hay sumas que restan

Quemaremos todos los micrófonos

Autogestión de la miseria o miserias de la autogestión

CUANDO CRITICAR SIRVE DE ALGO

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Hacer de la lucha un continuo romper con los demás no es algo radical, lo radical y lo subversivo es construir algo colectivo en un mundo que ha sido diseñado específicamente para el aislamiento, la soledad y el desencanto.
 Prólogo de la Crítica de la Internacional Situacionista, Klinamen y Comunización

Puede resultar como mínimo curioso que una publicación que ejerce la crítica aborde la crítica como tema. Por eso, y antes que nada, conviene señalar a qué nos referimos exactamente con la crítica y ante todo a qué no nos referimos. Aunque en algunos momentos utilizaremos estos términos no creemos que la cuestión se tenga que plantear como una dicotomía entre crítica constructiva/destructiva, nos parece mucho más acertado considerar desde dónde y hacia quién se ejerce dicha crítica.


Criticar, así, en abstracto, puede querer decir muchas cosas como también puede no querer decir nada. Estamos muy acostumbradas, dentro la lógica de las premisas democráticas, a «participar» mediante la crítica de nuestras «libres opiniones», aunque éstas sólo tengan valor por sí mismo dentro del sistema si son eso que llamamos critica «constructiva».


El discurso democrático ha insertado en el hecho de criticar el objetivo de reformar o mejorar eso que está siendo criticado. Puede parecer un detalle absurdo, pero desde el colegio hasta en la calle, cuando alguien ejerce una crítica se insiste en la importancia de que ésta sea «constructiva», es decir, que busque tanto como pueda los aspectos positivos de eso que critica para poder «arreglarlo». Con esto no queremos decir que tengamos que cargarnos el espíritu positivo que tienen aquellas críticas que analizan los hechos para poder mejorar aquellas cosas que realmente nos importan, lo que queremos destacar es que podemos no transigir con aquellas situaciones o personas que están diametralmente opuestas a la consecución de nuestras necesidades y deseos.


Partiendo de estos presupuestos conceptuales, querríamos preguntarnos y debatir: cómo ejercemos la crítica en nuestros espacios de lucha y entre nosotras; sobre la necesidad de dicha crítica y sobre sus malos usos, desde los grupos de afinidad más pequeños a grupos más grandes. También trataremos el problema de la crítica una vez que hayamos decidido alejarnos del foco activo de la lucha. Y de la crítica que hacemos a las que creemos nuestras enemigas. Todo esto con el objetivo final de ser más eficaces y consecuentes con lo que pensamos.


Como partidarias de una transformación radical de la sociedad desde una perspectiva anticapitalista y antiautoritaria no nos interesa aquí tratar tanto el actual estado de cosas —hay bastantes publicaciones que lo hacen de manera más que solvente— como las dinámicas, inercias, escollos, contradicciones y, por qué no, también aciertos que encontramos a nuestro lado de la barricada. Es ésta una forma de hacer teoría que nace de la acción y que no puede sino abocar a la acción, a una acción mejor por tal de avanzar hacia nuestros objetivos y al mismo tiempo clarificarlos de manera adecuada.

 

No contemplamos la crítica academizante que, desligada de las luchas, las examina a fin y efecto de señalar los puntos débiles de la praxis revolucionaria sin otra finalidad que la demostración de vigor e ingenio intelectual. Tampoco la crítica ideológica encerrada en sí misma sin más interés que acabar afirmando una y otra vez sus mismas verdades, erigiéndose en vanguardia con respuestas para todo pero perfectamente ineficaz a la hora de enfrentarse a la realidad —trampa en la que no pocos anarquistas también caen.


Pretendemos subvertir esta realidad, y es hacia aquellas que también lo quieren a quienes dirigimos nuestras críticas para poder encontrarnos y hacer tanto camino juntas como sea posible.


Partimos de la base de que nadie lo tiene absolutamente claro. Si alguien lo tiene todo claro, por favor, que nos lo haga saber. Nos movemos en un contexto cambiante con una gran capacidad para readaptarse y engullir situaciones en principio adversas, cosa que nos obliga a plantear y replantear tácticas y estrategias continuamente. Sin la existencia del análisis, de la crítica, nos veríamos repitiendo fórmulas o discursos hasta la saciedad con independencia del contexto en el que nos movemos —lugar, gente, momento—, independientemente de los resultados que estén dando esas estrategias. Saber generar discursos y transmitir ideas, llevar a cabo acciones con una finalidad concreta, queda muy alejado de las concepciones ideologizadas que piensan que sólo hace falta seguir un programa estanco y preestablecido desde hace un centenar de años. Los usos de la crítica pretenden efectivamente observar qué dinámicas tenemos y qué resultados obtenemos para así poder enderezar nuestros pasos hacia nuestros objetivos. Sabiendo claro está, que la realidad no es predecible ni el comportamiento de las sociedades responde a mecanismos medibles científicamente.

Así como algunas se aferran a un programa ya escrito y usan la crítica únicamente para defenderlo y atacar otras posturas, otras a veces utilizamos la crítica para poder esconder las imperfecciones que, sabemos, tienen nuestras teorías. Intentamos hacer tambalear a la otra para intentar reforzar así nuestra fragilidad. Tener la convicción sin caer en el dogmatismo, tener la duda que nos empuje a la crisis, a la oportunidad, sin degenerar en la parálisis; sí, eso es lo que buscamos. Muchas veces no somos capaces de ver que si en nuestros espacios de reflexión nos limitamos a hablar desde nuestras individualidades —sintiéndome atacada si invalidan mis teorías— en lugar de vernos como partes integrantes de una praxis que vamos conformando conjuntamente, puede ser debido a que hemos dejado de tener ganas de poner todo en común, de comunicar, o a un exceso de ego que pensamos que no tendría que darse.


Vemos que es más habitual de lo deseable que al ser criticadas nos pongamos a la defensiva, ya que al ver peligrar nuestros fundamentos y frente al terror de vernos a nosotras mismas cuestionadas acabamos defendiendo posturas que, a veces, no tenemos del todo claras. Es necesario apuntar que la pérdida del miedo a ser interpeladas sólo se puede dar en espacios que generen suficiente confianza y donde seamos capaces de sentir que estamos entre compañeras y que lo que prima es el interés de avanzar en un proceso revolucionario. Si no nos sentimos en un espacio de confianza donde sabemos que la otra persona será suficientemente sincera para hacerse y hacernos ver donde tambalean, también sus ideas, la empresa deja de tener sentido.


¿Cuántas veces nos ha sucedido que a pesar de ver, en el transcurso de una asamblea que nuestra postura está equivocada seguimos intentando descubrir dónde se equivoca la postura de la otra para invalidar la suya también? Seguimos escondiendo los puntos débiles o los lugares oscuros donde se sustentan nuestras posturas en lugar de ser transparentes, convirtiendo muchas asambleas en una lucha de egos contrapuestos. ¿Cuántas veces nos ha sucedido que después de una discusión con supuestas amigas volvemos a casa con la sensación de que hemos convencido firmemente a alguien de alguna cosa que no tenemos del todo clara y que, por lo tanto, la conversación no nos ha servido, a la hora de elaborar un ideario compartido, de prácticamente nada? Transmitiendo nuestras dudas en lugar de la convicción de dónde sí y dónde no nuestra postura hace aguas.


En este tipo de espacios, con la gente más cercana, esta actitud defensiva no tiene ningún sentido desde una posición de honestidad, que es la que requiere una lucha revolucionaria. De cara a construir juntas unas formas de lucha potentes y efectivas, el ego lo tendríamos que dejar en casa, tanto al efectuar como al recibir críticas. La crítica sin intención de aportar alguna cosa a lo común sólo entorpece al resto de compañeras; necesitaremos saber darnos cuenta de cuándo esto está sucediendo, sin que esto signifique evidentemente ausencia de crítica, indulgencia y, en definitiva, inercia.

 

Otra cosa son los espacios más grandes donde confluye gente de procedencias e intenciones diversas, como por ejemplo los diferentes conflictos existentes fruto de los recortes sociales de los diferentes gobiernos o el llamado movimiento 15M. En estos casos coincidiremos con grupos que buscan llevar la lucha al terreno político o simplemente reorientarla en consonancia con sus intereses partidistas. En estos contextos hará falta, no pocas veces, marcar claramente una línea de ruptura entre nosotras y estos grupos, hacerles tambalear no para reforzar nuestra fragilidad sino para garantizar la autonomía de estas luchas y que sea posible seguir participando sin renunciar a nuestra sensibilidad y a nuestros principios.


En la preparación de una huelga general nos podemos encontrar participando en comités de huelga de barrio con militantes de CCOO o bien de EUiA1. Estos militantes si no han roto con el análisis y objetivos de sus respectivas organizaciones no estarán en estos espacios para encontrar afinidades ni tampoco para participar de un movimiento conjunto. Su implicación irá condicionada por la estrategia de sus cúpulas, no podremos saber a qué responden sus propuestas y opiniones, no podremos saber si están subordinadas a otras estrategias más allá de las del comité de huelga, no podremos saber si quieren que la huelga sea un éxito o bien que la posición de sus organizaciones sea ventajosa, después de la huelga, de cara a posibles negociaciones políticas o sindicales. La autonomía de la asamblea sería en este caso dudosa.


La crítica adquiere otro sentido cuando somos capaces de advertir una enemiga, es decir, aquella que quiere mantener el statu quo o bien busca maneras de perfeccionarlo dificultando un cambio real. Aquella que no tiene ninguna intención de cambiar la estructura de la sociedad; que no quiere destruir sus roles, los papeles sociales que jugamos todas nosotras, manteniendo en la posición de dominadoras a unas y de dominadas a otras; manteniendo los valores y la moral capitalista y la desigual relación de fuerzas de las diferentes clases sociales de la sociedad. Cuando somos capaces de advertir estas enemigas en una asamblea o formando parte del mismo movimiento —cosa nada sencilla, porque la realidad es muy compleja, las personas cambiantes y hay ciertos discursos e ideas que necesitan leerse con inteligencia—, la crítica, decíamos, toma un nuevo sentido, ya que hemos identificado que la otra tiene unos intereses diametralmente opuestos a los nuestros. No criticamos a nuestras enemigas intentando convencerlas —nuestros intereses son antagónicos— sino que miraremos de neutralizar su potencia analizando sus puntos débiles para poder destruirlos, y dejarles en evidencia ante nuestras posibles cómplices.


En estos casos saber explicar a las otras personas que conforman el espacio heterogéneo por qué dos posturas pueden ser irreconciliables —y con esto desmitificar la idea de consenso social— deviene una necesidad, una necesidad de disolución entre las partes que no pueden ser conjugadas, una necesidad de distancia entre posturas que no harán más que dificultarse entre sí, una necesidad de ruptura entre aquellas que ya no pueden seguir juntas su camino y que nos permite marcar un límite claro con la otra y señalarla así como enemiga. En estas situaciones, nuestra acción debería ser inteligente, no debe dejarse llevar por impulsos, debe saber que las consecuencias implican una responsabilidad muy grande, y que, por lo tanto, no debe precipitarse en definir a alguien como adversaria. En un momento como el que vivimos actualmente, donde multitud de personas están politizándose, donde la gente busca los discursos que tejan las ideas que tienen, donde las banderas y las ideologías no convencen sin más, donde la gente está sedienta de crítica y donde, desgraciadamente, el discurso oficial y oficioso a través de la ideología ciudadanista, cívica y demócrata se ha filtrado hasta el mismo corazón de las palabras de todas, es necesario saber leer muy bien qué hay detrás de las exigencias y proclamas que gritan nuestras compañeras en las plazas, en el curro, en los barrios, en las manifestaciones y en las asambleas. No consideramos enemigas a aquellas que piensan diferente de nosotras sino a aquellas que pueden o quieren ejercer el poder sobre nosotras.

Pero volvamos a nuestros entornos más cercanos. Cuando nos distanciamos de la lucha a menudo es porque hemos dejado de creer que sea posible un cambio radical en el orden actual. Sabemos que todas, en un momento u otro, pasamos por estos momentos, la cuestión es qué hacemos de ello: si lo vivimos como una situación personal, o como una situación colectiva. No es fácil mantenerse al pie del cañón en todo momento, y eso es una cosa que nos tendríamos que plantear seriamente. Las «quemadas» personales, la dificultad de crearnos perspectivas de futuro, de confiar en algo que aún desconocemos; demasiadas veces al vivir estos bajones de confianza desde la soledad acabamos reconduciendo nuestros impulsos hacia la justificación, en oposición a las otras, de nuestras miserias. Esto muchas veces se traduce en una huida hacia delante que censura todo lo que se ha hecho hasta el momento, y que, desde la impotencia y el desencanto, intenta arrastrar la as compañeras hacia la propia frustración. Este tipo de negación se manifiesta muchas veces en una espiral en la que una buscando legitimarse acaba entorpeciendo las iniciativas y propuestas de las otras. También es bastante común la opción de abandonar de golpe la lucha cuando encontramos pareja «estable» o tenemos alguna hija. ¿Somos un movimiento condenado a la imposibilidad de devenir intergeneracional? ¿Hay momentos vitales para la lucha y otros para «sentar cabeza»? ¿Cuándo se es suficientemente adulta para perder la esperanza? Hay que buscar formas de lucha a medio y largo plazo que puedan integrar todos los aspectos y etapas de nuestra vida.


Necesitamos crear espacios o momentos para gestionar de manera conjunta la erosión que este mundo provoca en nuestros ánimos de contestación, de tal manera que aquellas de nosotras que necesitemos «coger aire» no tengamos que apartarnos demasiado de la lucha o tengamos que enrocarnos en autojustificaciones respecto nuestra toma de posición. Tendríamos que afrontar con sinceridad y valentía el hecho de que estar en el «centro del huracán» de la lucha y salir de éste no son dos situaciones separadas y excluyentes sino que son partes integrantes —y la mayoría de veces indiscernibles— de la misma lucha.


¿Cómo hacer para que estas situaciones no se vuelvan irreversibles y caigan en la autoreferencialidad y la autojustificación? ¿Cómo hacer para que la energía de la que disponemos vaya orientada a darnos fuerza y no a quitárnosla? ¿Cómo darnos cuenta de que nuestra crítica está entorpeciendo las dinámicas de las otras sin aportarnos nada? ¿Cómo no caer en la esquizofrenia de querer convencer a otra que tiene intereses divergentes a los nuestros? ¿Cómo discernir entre qué criticar, qué denunciar y qué destruir? Parece que de lo que se trata es de saber si nuestra crítica va en la dirección de hacer que una transformación de la realidad sea efectiva o si, por lo contrario, va en la dirección de justificar la sensación de que no hay nada que hacer de forma conjunta. Si nos posicionamos con la primera premisa se entiende que, como hemos recogido a lo largo del artículo, necesitamos ser tan críticas con las otras como con nosotras mismas y generar esta crítica buscando el bien común, esforzándonos para generar espacios de sinceridad donde se puedan desarrollar las opiniones entre iguales sin miedo a ser juzgadas, pero al mismo tiempo con la predisposición de entendernos cuando se hagan críticas sobre nuestras ideas. Y si nos encontramos, en la otra cara de la moneda, creyendo que no hay salida a la acción colectiva, demos la oportunidad a aquellas que aún encuentran energías para seguir al «pie del cañón» para que busquen estrategias, de la misma manera que ellas tendrán que darnos el espacio para que nosotras tomemos cierta distancia. La convicción y la duda, como los momentos vitales y las situaciones personales, son inherentes a cualquier empresa revolucionaria y tendríamos que hacer el esfuerzo de integrarlas en ésta.

1 Esquerra Unida i Alternativa és un partido minoritario de la izquierda institucional salido de una escisión de Iniciativa per Catalunya.

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