TC

TC

Cuando criticar sirve de algo

Quien no arriesga no gana

Hay sumas que restan

Quemaremos todos los micrófonos

Autogestión de la miseria o miserias de la autogestión

HAY SUMAS QUE RESTAN

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La apuesta por una lucha amplia con personas que opinan que nuestro discurso es excesivamente radical es una empresa basada en la intuición de que detrás de sus reclamaciones parciales hay impulsos e ilusiones parecidas a las nuestras. A pesar de todas las frustraciones que, como decíamos en el artículo anterior, nos aparecen al hablar con personas que tienen unas pretensiones muy reformistas, confiamos en el potencial del empezar a plantearse el origen real de sus miserias. Si bien es cierto que hay personas que optan conscientemente por los cambios dentro del mismo sistema, ya que confian en él, hay otras que con el tiempo desarollan un discurso tan crítico que se vuelve antagonista. Es con estas últimas con las que queremos trabajar para hacer que la situación actual devenga en contexto revolucionario.


Aun así sabemos, puesto que hubieron bastantes toques de atención recibidos sobre ese tema, que ninguna práctica está exenta de riesgos y contradicciones y que, por tanto, existe el peligro de buscar compañeras allí donde no las hay. Ante la duda, creemos que hay que intentarlo porque es sólo con la práctica, acumulando experiencias, que podemos avanzar. No es en la abstracción teórica donde encontraremos afinidades sino en las contradicciones que nos ofrece bregar con la realidad. Sin olvidar que aun siendo conscientes del peligro y que lo podemos reconocer queremos recibir las críticas pertinentes cuando nos alejemos de nuestros objetivos revolucionarios.


A parte, hay otras actitudes que conforman lo que hemos querido llamar «movimentismo»1: una postura que busca un frente único de voluntad interclasista, muy a menudo, a cualquier precio. Las acciones movimentistas quieren, tanto como las nuestras, hacer temblar los pilares del sistema, pero sostienen que la sociedad no se encuentra preparada para asumir un discurso radical. Las consecuencias prácticas de esto son: infantilizar a la gente, esconder parte de su discurso y manipular en la teoría y en la práctica aquello que, supuestamente, ejecuten conjuntamente. Con estas dinámicas hay que ir con mucho cuidado ya que si no pretendemos trastocar la realidad, sólo la estamos afianzando.


Aglutinar a la gente no es una tarea negativa en sí misma, pero si no somos claras en nuetros propósitos, haremos confluir personas con intereses tan diferentes como contrapuestos en ciertas ocasiones. En cambio, si comunicamos nuestras pretensiones, podemos de forma sencilla elegir a quién tenemos a nuestro lado y quién no. Hay muchos estadios dea afinidad y confluencia, no está mal trabajar con según quien para una lucha y quizá con un grupo más reducido para otros propósitos, pero no es honesto —ni eficaz para nuestra lucha— engañar a las personas evitando explicar la compleja realidad y centrarnos solo en concreciones cotidianas. Nos sirve como ejemplo la resistencia a los deshaucios que no plantea una crítica a la propiedad privada o la lucha por la liberación de los pueblos que no tiene en cuenta la estructura estatal en la que se basa su opresión.


Entonces podemos decir que el movimentismo es consciente de las estructuras que sustentan el mundo pero que opta por luchas parciales populistas, ya que tiene como prioridad aglutinar el mayor número de personas. Pero esta definición resulta tan amplia que hemos querido adentrarnos en discernir los aspectos más relevantes de la práctica del movimentismo para poder estar al loro y parar estas actitudes, tanto si son externas como si las tenemos nosotras mismas.


Por un lado encontramos la creación de un nuevo lenguaje y el abandono de categorías clásicas que aunque hayan podido evolucionar definiendo sujetos y contextos de forma esclarecedora —«precariado» o «flexibilidad laboral»—, la esencia del capitalismo permanece intacta desde sus orígenes. Si el sistema patriarcal y la lucha de clases siguen más vivos que nunca, y por lo tanto, la creación de nuevos conceptos no ayuda a evidenciar esto, solo nos estará sirviendo para distorsionarlo.


Por otro lado, está la búsqueda del evento como hecho inaugural que da importancia a las situaciones anecdóticas —día D— por encima del trabajo de base. Hecho que se traduce muy a menudo en la desesperación por hacer de una acción un espectáculo, televisado si cabe, obviando que la lucha es un continuo dentro de nuestras vidas, y no un sólo momento de pasión colectiva. Como consecuencia de esta apuesta por la simbología de la actuación puntual, es imprescindible delimitar y controlar todo lo que pueda suceder. Y es de esta manera que la movimentista ve desorganización en lo que no es capaz de entender y necesita organizar —la herencia del tic que infantiliza a la gente— aquello que quizá ya se estaba autoorganizando.


En tercer lugar las movimentistas miran de desmarcarse públicamente de los hechos que pueden hacer temblar la frágil cohesión del movimiento interclasista que están intentando crear. Aunque puedan estar en consonancia con acciones que ataquen los pilares del sistema, si estas se adelantan a aquello que ellas creen que es la critica adecuada para el contexto social que se vive, huirán. E incluso llegarían a denunciar a las «culpables» en los grupos heterogéneos o de cara a la policía. Y todo esto, quieran o no, se traduce en evitar el enfrentamiento contra el sistema, ya que, insertadas en su lógica universal de valores, creen que podrán convencer a las que tienen intereses diametralmente opuestos para que abandonen sus deseos en un ataque irrefrenable de solidaridad; romántica idea que evitaría el enfrentamiento.


Lo que diferencia una práctica movimentista de una revolucionaria es que esta última implica el choque de intereses entre las dominadas y las dominadoras, sabiendo que éstos son irreconciliables: no las queremos convencer, queremos impedir que puedan ejercer su poder sobre nosotras.