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LA
NEUTRALIZACIÓN DE LA DISIDENCIA; DE LA NEGACIÓN A LA
DEMANDA DE MEJORAS
Nos ha tocado
unos tiempos
difíciles, claro. A primera vista no encontramos ninguna lucha
que
nos acabe de convencer y, aunque sentimos el malestar y el
descontento social en todas las esferas de lo cotidiano, vemos
también la serie de terapias que el sistema nos brinda
para
poder soportar lo que deviene insoportable: la alienación del
control sobre nuestras vidas y la soledad a la que el individualismo
exasperado nos aboca. Esto nos afecta, nos provoca dolor, nos
destruye.
Algunas
ante esto caemos en el activismo, en el “hacer alguna cosa”
aunque sea a modo de autocomplacencia ante la sensación de
imposibilidad de un cambio realmente estructural. La necesidad de
transformar una realidad que nos ahoga nos lleva demasiadas veces al
“gesto por el gesto” cayendo a menudo en la
sectorialización de
las luchas y a la pérdida de un discurso radical, es decir, un
discurso que actúe, verdaderamente, sobre la raíz del
conflicto y
no sobre la capilaridad de sus manifestaciones.
La
mayoría de luchas sociales
(o vitales) se inician ante una negación de la realidad,
es
decir, la negación de una realidad establecida; ante esto la
administración, el Estado o la institución
democrática del sistema
hace lo imposible para poder reconducir esta negatividad hacia una
propuesta en positivo por tal de entender el malestar (y su origen) y
así, fagocitar la propuesta crítica para poder hacerse
cada vez más
perverso y más amable; hacer cada vez más soportable la
vida
negada, sin que se vea alterada su hegemonía. Es decir, sin que
su
figura de padre-protector sea cuestionada.
Los hechos
que demuestran esta
mutabilidad del Estado-democrático y la fagocitación de
las luchas
que de entrada se enfrentan a su Poder los tenemos en multitud de
casos a lo largo del siglo XX y XXI. Tal es el caso de las luchas
antiautoritarias comenzadas por Laing, Cooper o Basaglia contra la
institución Psiquiátrica y contra la Psiquiatría
en general que
han llevado a esta institución a reformarse hasta el punto de
hacer
cada vez más invisibles sus perversiones así como la
adopción de
un discurso antiautoritario hasta volverlo inocuo. A su vez, el caso
de Foucault con el resto de instituciones totales, o la
asimilación
que la escuela hace del reformismo pedagógico e incluso de las
propuestas de desescolarización son casos que no tendrían
que
dejarnos indiferentes. Todo esto debido a que el discurso es
comprensible para la institución, es racional y, por tanto, se
vuelve asimilable.
En
nuestro tiempo más inmediato sucede algo idéntico, las
luchas que
nacen de la negación de la realidad pero se debilitan en tanto
que
buscan elaborar un discurso comprensible, en tanto que buscan
racionalizar un impulso vital (y habitualmente irracional, emotivo)
como es la insumisión y la rebeldía ante una u otra
injusticia.
Pensamos que en la elaboración de un discurso o en la
articulación
de una emoción que nos lleva a decir basta perdemos su
potencialidad
debido a que el mundo que queremos transformar no es posible
transformarlo desde la palabra que recrea este mismo mundo. Con esto
no decimos que tengamos que inventar un nuevo vocabulario, nada
más
lejos; con esto
queremos decir que hace falta resignificar las palabras y utilizar
aquellas que queramos utilizar y no aquellas que, los mass-media y
otros organismos, nos hacen utilizar en su beneficio. Puede que esto
suene abstracto pero, llevémoslo a un caso concreto: la
lucha contra l'EEES o plan de Boloña.
Inicialmente,
el movimiento estudiantil se activó ante la imposición de
un nuevo
plan de estudios que daba un paso más en el proceso de
liberalización de la Educación Superior pero, aunque
partíamos del
“NO” frontal a la aplicación, a partir del primer
día del
Encierro en el Rectorado de la UB el discursó tomó la
forma de
demanda a la administración propiciada por la
criminalización de
los medios de desinformación que nos exigían que
hiciésemos una
proposición por tal de no ser destructivas sino constructivas.
Fue
así como apareció la propuesta; demanda
de diálogo. Claro, ante esto al
institución vio satisfechas sus expectativas a la vez que nos
preguntaba qué queríamos por tal de poder hacer un
estudio de
nuestras reclamaciones. De esta manera comenzábamos un
diálogo
imposible ya que sabíamos (o intuíamos) que la
situación de
asimetría en el conflicto en la que estábamos sólo
cabía la
posibilidad, de un lado, del ejercicio del poder, y por nuestro lado,
la posibilidad de aceptarlo. Ante esto no podíamos hablar de
diálogo
sino de parloteo, aun así seguíamos pidiendo
diálogo con la
exigencia que debía ser un debate abierto en el que participaran
todos los agentes implicados en el futuro de la Universidad; la
pantomima de una Mesa Nacional por la Educación, con el
espectáculo
de la señora Blanca Palmada (entonces Comisionada de
Universidades e
Investigación de la Generalitat), además de un
referendo-timo, propiciarían el caldo
de cultivo ideal
para legitimar una intervención de las fuerzas represivas una
vez
las medidas menos explícitas de la democracia quedaban agotadas.
Lo mismo
puede suceder con la okupación y con la asimilación que
el
Estado-ciudad hace de ella. Últimamente hemos podido ver
algún
artículo del Departamento de Juventud de la Generalitat en el
que
valora el trabajo que han hecho algunos centros sociales en la
revitalización del tejido asociativo del barrio creando red y democratizando la
fachada de la ciudad. ¿Hasta qué punto el discurso
ciudadanista no
se ha visto permeabilizado por lo que tanto los tejidos vecinales
como en sus orígenes los ateneos o el asociacionismo les aporta?
Un último
apunte pensamos que es necesario, por lo menos un toque de alterna: los movimientos altermundistas,
Es cierto que la heterotopía que nos brindas estos movimientos
nos
ayudan a abastecernos y fortalecernos en la seguridad que hay otras
maneras de relacionarnos y “de hacer” más
allá del capitalismo,
pero, y aquí el toque de alerta; sólo
tenemos un mundo, no hay otro mundo posible, este es el que tenemos y
es urgente, necesario, imprescindible cambiarlo.
Volvamos al principio, y nos remitimos a Bonanno cuando señala,
hablando sobre las prisiones, que el hecho de cambiar una
institución, transformarla o incluso abolirla produce que el
sistema
busque nuevas instituciones para cumplir la función social
asignada
por la institución anterior quedando, de nuevo (y a veces
después
de la crisis), restituida la hegemonía del sistema.
No hace
falta ser un flecha para darnos cuenta que el discurso altermundista
es uno de los que es asimilado más fácilmente por el
sistema ya que este no
pone el acento en la destrucción del sistema imperante y,
por tanto, sirve al sistema, actualmente doloroso, para hacerse cada
vez más atractivo y conseguir así que, poco a poco, nos
acerquemos,
si no ponemos remedio, a la felicidad que A. Uxley hacer reacaer en
su mundo feliz; en lugar de SOMA, tratamientos terapéuticos o
nuestra pequeña (o grande) aportación a la
elaboración de células
aisladas de vida, al fin y al cabo pequeños (o grandes) reductos
terapéuticos que no solucionan el problema sino que nos permiten
convivir con él. De esta manera no
nos
damos cuenta de cuan fácil es caer en la trampa de la
autocomplacencia, en el trampa de buscar acciones paliativas que nos
ayuden a convivir con nuestra alienación, alienación del
control
total de nuestras vidas.
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